LA GAVETA
Ignacio Linares
IGNACIO LINARES fue el gran cronista de una Ponferrada entre histórica y reciente, pero que ya empieza a deshacerse entre las manos de todos los que la conocimos. Porque ahora, ya se sabe, el tiempo corre más de prisa. Y, como siempre, hacia ninguna parte. La Ponferrada de Ignacio Linares tenía muchas carencias y lejanías, mucho barro y carbón, pero era la nuestra. La que nos encontramos al abrir los ojos. La que nos dijo: vente conmigo a pasar como mejor puedas este tiempo de niebla y transición, de jefes que iban y venían, de policías y ladrones, de párrocos ruidosos y de mujeres salvadoras. Ven conmigo a mi reino secreto porque por debajo de todo ese mundo opaco y oficial corre la vida libremente libre, la vida que siempre encuentra energías para seguir. Para avanzar incluso entre los recuerdos agonizantes de la guerra y la posguerra, tantos años bajo un régimen bárbaro. Y la vida siempre acabó reinando en los barrios de la gente, en las alcobas de los amantes, en los parques donde jugaban los niños y descansaban los viajeros; y en los bares en blanco y negro donde íbamos con nuestros padres a beber unos refrescos antiguos que eran de gaseosa tintada de color naranja. Ignacio Linares fue el gran periodista del Bierzo del siglo XX. ¿Quién le puede quitar ese don? Ignacio Linares se quedó aquí, en su sitio, pegado al terreno. Por necesidad y por vocación también, dispuesto a inventarse su vida plena trabajando en una ciudad algo remota, narrando acontecimientos humildes, pero sabedor siempre de que lo más grande es lo más leve. Porque ninguna biografía es mejor que otra. Ninguna. Ignacio Linares siempre supo que valía lo mismo la vida de cualquier obrero del Bierzo que la del empresario más ambicioso de la región y del universo. Porque todos andamos muy igualados por la parte principal, que es la de amar y soñar, la de buscar la paz y la hondura, la de hacer el bien, si es que lo hacemos, y no el mal. Ignacio Linares supo todo eso pronto, cuando era muchacho, y también muy pronto empezó a ser periodista y ya desde el principio lo hacía muy bien, amparado en su gran determinación, en su simpatía sincera, en su voz magnífica, en su estar siempre contento, siempre alerta; trabajando. Nunca olvidaré la primera vez que sonó mi nombre por las ondas de la radio. Fue en Ponferrada, claro, en diciembre de 1960. Una locutora -¿Yolanda Ordás?- iba leyendo las cartas de los niños a los Reyes Magos, y luego el gran mago Chalupa (que entonces yo no podía saber que era Ignacio Linares) nos dio unos consejos. No sé si nos conocía algo, o poco, a mí y a mis hermanos, pero yo juraría entonces, y ahora, que nos llegó al alma. Hablaba para nosotros, claro que sí. Desde aquella tarde fue un ídolo para mí, y no digamos cuando lo conocí cuatro o cinco años después, en el campamento de La Vecilla. Ignacio Linares tenía entonces bastante menos de treinta años, pero nos parecía un hombre maduro. Optimista siempre, cariñoso, amigo, hacía bromas a todas horas y disolvía en libertad y carcajadas el ridículo rigor de aquella milicia infantil. Nadie fue tan querido por los niños de Ponferrada. Y por los bercianos todos, a través de las ondas. Ignacio Linares, durante tantos años, era la prueba de que todo iba bien, aunque no fuera. La voz de la fidelidad, de la implicación, de la entrega. Respetuoso siempre, amigo de todos, vivió el Bierzo de los pueblos y las minas, de las frustraciones y las alegrías, de la niebla y el aislamiento, de la voluntad y el entusiasmo. Y apuntaló nuestro inocente orgullo de ser hijos de un valle leonés y atlántico. De ser paisanos de un hombre tan admirable como él. Descanse en paz, entre nosotros, Ignacio Linares, cuya voz continúa sonando. ¿Qué berciano diría que no la escucha?