Diario de León

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DINERO is the question. Lo demás es perifollo, lío de madejas y brindis al sol. De pasta se discute. La razón última de toda bronca humana es siempre económica, aunque veas sombras de cruces, hachas, estrellas o chilabas. Lo decía Marx, que se murió, y lo repite un presente metálico que redivive cada día y agitado en cuanto suena calderilla. Lo de Ibarreche es plan de pasta, plan de jubilación con la hijuela por delante. Lo de Rovireche, también; puta pasta, aunque se vista el asunto de somatén con barretina. Cantan cuartos, pintan espadas y se derraman copas para mojar los oros. Los bastos y las tortas son el plan alternativo, esto es, «convoco un referendum por mis santísimas pelotas de frontón» (la pelota vasca o la piel sobre la lija, podría decir ahora Julio Medem). Esto es lo que se teme después de lo de ayer en las alturas parlamentarias, que se establezca una otra vía, siempre y cuando venga un tren de frente por ella; esto de chocar trenes es fundamental para que haya ruido de hierros, ya que no de sables de Zumalacárregui, que están todos en la gloria celestial haciendo túnel de bóveda triunfal a un don Sabino errático en aquellos grandes pasillos donde masculla algunas maldiciones sin que se entere la divina autoridad porque resultó que le dieron una lira para cantar la gloriosa paz arcangélica o querubina y no un chistu, que a él lo que le gusta es soplar y no andar con piccicattos en las cuerdas, pellizcos en la armonía. En el nudo gordiano y ferroviario vasco todas las vías que no tienen tren enfrente acaban en tope de talleres o de catástrofes, de manera que han tenido que recurrir a anunciar terceras vías, pero la vía zapatera no les mola, les amuela (cuídate, Jose Luis, de los idus de marzo, le ha dicho aquí un paisano). Pasó el tiempo parlamentario de las palabras menores, que eso fue lo de ayer, discusión ganada sin bajarse del autobús, batalla perdida sin bajarse del cochazo blindado que llegó de Ajuriaenea. Pero en la recámara están aún las palabras mayores, las voces y los sonidos del cuerno en la montaña llamando a los hierros de Amaya. Este es hoy el temor de España, aunque un final posible sería el del patio del colegio con bronca y un árbitro dirimiendo el conflicto con el viejo conjuro: «Paz entre los ruines y mierda pa los pequeñines», que somos todos los demás.

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