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CRÉMER CONTRA CRÉMER

La batalla del condón

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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CUANDO YO ANDABA DE MANCEBO de botica por estas tierras pías de León y sus islas, tenía que cuidar mucho de mis entendimientos e interpretaciones si un caballero, casi siempre bien barbado y vestido con severidad, dirigiéndose al dependiente, que era yo, solicitaba, con mucho misterio: «Pues verá usted muchacho, yo quería que me proporcionara un preservativo». A lo que, con singular descaro y sin reparar ni en la edad del cliente, ni el respeto que como tal y cual yo le debía, completaba el pedido: «¿Condones, no?» Y el buen señor, que no había contado con un mancebo tan adelantado y dispuesto, se relajaba y volvía a lo suyo: «Bueno, eso». Y yo le proporcionaba su condón, que eran por aquellos lejanísimos tiempos algo todavía no afinado, pero que al parecer cumplía su función. Luego, al transcurrir del tiempo, que se dice en las novelas de Galdós, y en ocasión fortuita de un viaje a Madrid, que ya era por entonces además capital de las Españas, rompeolas de todas las tormentas nacionales que provocaban por los unos y por los otros, solía entretener mis ocios, paseando por la Puerta del Sol, donde se desplegaba la estampa de la España castiza en toda su plenitud, con Arniches como sainetero costumbrista y Benavente autor de «La Malquerida» que era entonces un drama entre rural y erótico que movía los corazones, sobre todo cuando el primer actor, aproximándose a las candilejas decía aquello de «El que quiera a la del Soto / tiene pena de la vida / por quererla quien la quiere / la llaman la malquerida». Y el espectador solía echarse a llorar. De aquella escenografía que la Puerta del Sol, lo que más curiosidad despertaba en mí era el comercio libre, que se practicaba en la calle y aquella deliciosa malicia con que algunos de los mercaderes anunciaban sus artículos: «¡Gomas para los paraguas!. ¡Gomas para los paraguas! ¡Garantizadas!. Y alguien zanjó mi curiosidad, explicándome que por «gomas para los paraguas» debiera entender esa otra clase de gomas que no eran precisamente para los paraguas. O sea el condón. El condón fue durante muchos años en la España de obispos y anarquistas, un pecado. Y la Santa Madre Iglesia parroquial se esforzaba en aclararnos que ni en bromas debiéramos hacer uso de los tales capuchones de goma elástica tan segura. Pero los hombres ya muy hechos y derechos, replicaban: «Pero Don Argimiro, ¡si es para evitar enfermedades!». «¡Ni enfermedades ni porras - retrucaba el buen cura-, que se empieza por utilizarlo para el catarro y se acaba poniéndoselo uno para dormir!. Y así un año y otro año, un siglo y otro siglo. Y los señores barbados y los mozalbetes de los maristas adquiriendo gomas para los paraguas, hasta que llegado estos tiempos de la europeización de España, pudo convencerse el señor secretario general y portavoz de la Confederación Episcopal de que efectivamente el uso del condón, no tan solo no era un pecado, sino que incluso podía servir para erradicar el sida, que es una enfermedad grave, como George W. Bush, por ejemplo. Reunidos en un encuentro considerado importante, (pese a que en él no interviniera ni Zapatero ni Rajoy), Elena Salgado ministra de Sanidad y Juan Antonio Martínez Camino, se llegó a la conclusión de que «el uso del preservativo, o condón, o goma para los paraguas no era pecado sino que, en el contexto de una prevención integral y global del sida...» Y bla, bla, bla. Lo que tenemos el honor de poner en conocimiento de usuario y castos, así como para su conocimiento y efectos.

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