EXISTEN razones para el optimismo. Frente a los catastrofistas que pretenden que a los gestos políticos desafortunados e, incluso, los que pretenden burlar la Constitución, hay que responder con contundencia y crudeza, la realidad está demostrando que la firmeza adobada de exquisitez es una receta adecuada para tratar los problemas complicados. El lendakari llegó a Madrid con su plan, se le escuchó con respeto, se le dijo
con contundencia y ha vuelto al País Vasco para convocar elecciones, que era una de las opciones democráticas que estaban a su alcance para salir del atolladero en donde él mismo se había metido. Ahora la partida está en las urnas, en un momento político de especial intensidad en que todos los matices de las distintas alternativas están a disposición de los electores. El PP ha dibujado su propio escenario: no habrá modificaciones del Estatuto de Gernika mientras ETA siga existiendo. EL PSOE ha respaldado el proyecto del PSE-PSOE, partidario de una mano tendida al mundo nacionalista para revisar el Estatuto de Gernika a la luz de la Constitución y buscar consensos que no descartan la modificación de ambos textos, siempre que una amplia mayoría de los españoles estén dispuestos a llevar a cabo esa revisión. En la soledad de su propio plan, del que si pudiera repudiaría hasta su nombre, Juan José Ibarretxe se presenta a su electorado con el ropaje de sus propias opciones políticas, pero exento del chantaje emocional al que en muchas ocasiones nos tiene acostumbrados el nacionalismo vasco. No ha habido, en esta ocasión, ni agravios ni malos tratos en Madrid, que justifiquen la tesis de que a los vascos no se les comprende. Es la hora de la política y la hora en la que los votantes del PNV elijan con la papeleta electoral sustentada en la razón y no en la emoción. No se juzgan derechos históricos sino modos de vida; no se plantean añoranzas en el pasado sino un futuro enmarcado en la Unión Europea en el que las cesiones de soberanía están diseñadas hacia hacer más fuerte a Europa y más sólidas las expectativas de futuro. Lo que tienen que elegir los vascos es entre el calor de una Europa solidamente unida con respeto a todas las diferencias o el frío de la larga cola de los que aspiran a formar parte de la Unión.