Diario de León
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Atrás quedan las horas de angustia y temor que han vivido los más cercanos al Papa en la noche del martes. En voz baja en el Vaticano se reconoce que esta vez se ha temido lo peor. Durante todo aquel día, la tos había atormentado al Pontifice y ni el oxigeno conseguía calmar los ataques porque hacía dificil su aplicación. Todos la recuerdan como una «tos de quitar el aliento». Después de la cena y ante la situación cada vez más preocupante, su médico personal, el doctor Buzzonetti fue claro: Si durante la noche se diera un episodio de sofocamiento provocado por el catarro complicado con el párkinson, estando en el hospital se podría intentar una reanimación o, incluso, una intervención quirurgica, mientras que en el Vaticano no se podría hacer nada. Convencer al Papa no fue fácil, aunque la gravedad de la situación lo obligó a aceptar. Rápidamente se preparó una ambulancia que lo trasladase al Policlínico Gemelli, donde el equipo médico lo sometió a diversas pruebas: análisis de sangre y radiografías, pero no a un Tac como se ha comentado. Durante todo este tiempo el Papa no perdió nunca la consciencia. Para calmar la tos le dieron sedantes que ayudaron a mejorar sus bronquios irritados. Una vez normalizada la respiración, el Papa pudo dormir algunas horas. El miércoles, todos respiraron más alivados.

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