Diario de León

SOSERÍA

Salvador García Aguilar

Publicado por
FRANCISCO SOSA WAGNER
León

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LE CONOCÍ en Madrid porque, cuando leí su novela Regocijo en el hombre , logré su dirección en un pueblo de Murcia y le escribí una carta elogiosa. Se llamaba Salvador García Aguilar y acababa de ganar el premio Nadal (1983). Este hombre ha muerto hace pocos días en medio de la indiferencia del mundo y, lo más grave, en medio de la indiferencia de su mundo, el de las letras. ¿Cuál es la reacción de esos botarates altivos que se proclaman escritores en cuanto han rellenado unos folios y les ha dedicado la limosna de su atención un gurú de suplemento cultural? Pues muy sencilla: por de pronto, no contestar a las cartas que les envían lectores desconocidos a quienes no pueden sacar ningún rendimiento. Estos tipos guardan sus zalamerías, que las tienen y barrocas, para el crítico de periódico distinguido y para los concejales de Cultura que les pueden proporcionar una conferencia o incluirles en el jurado de un premio. Ante ellos el espinazo se curva, la sonrisa halagadora se esparce, se dora, cobra brillos y toda afectada cucamona es corta. Ocupado en estos menesteres, es lógico que el resto del personal adquiera hechuras de espectros que no vale la pena atender. de naturaleza más que muerta, enterrada. Justo lo contrario fue el caso de García Aguilar. Me contestó y me señaló el día en que iría a la feria del libro de Madrid a firmar ejemplares. Naturalmente que acudí a la cita en el quiosco de la editorial Destino. Allí estaba el novelista, solo, ante una pequeña torre formada por su obra, sin que, por más que pasara el tiempo, se vislumbrara la más mínima posibilidad de abatirla. Silencio, frialdad en su derredor. Paseantes con niños, curiosos, lectores a la búsqueda del famoso... Nadie se detenía ante el ganador del Premio Nadal. Y era lógico. ¿Qué razón había para que alguien reparara en él? ¿Algún periódico le había dedicado alguna página? ¿Había ocupado el centro de algún reportaje literario? Su foto ¿había sido pregonada? Por supuesto que no. Había ganado el Nadal. Pero era un señor de Murcia, en realidad era alicantino, desconocido en el Madrid bullidor, sin amigos influyentes. Era un don Nadie, premio Nadal, pero don Nadie. ¿Su novela? ¿Quién se iba a molestar en leer sus 300 páginas? ¿A cambio de qué? ¿Del placer literario y del embeleco de la imaginación? ¡Puaf...! A García Aguilar había que tratarlo como un paréntesis en la bazofia que se ensalza en los círculos madrileños, era preciso olvidarlo cuanto antes. Yo me quedé junto a él en su garito de escritor que firma, que tiene algo de lugar donde se alivian urgencias estéticas, y luego nos fuimos a tomar unas cervezas. Me contó las obras que había escrito, las que iba a escribir y las que no escribiría: La ranada cajín, Clame el silencio, La guerra de los patos, La flauta hay que tocarla siempre ... Tenía un aire de contable, me parece que lo era, aire de representante que no representa nada, acaso y de una forma vaga e intermitente a sí mismo, miraba -lo recuerdo bien- a aquel mundo que le ignoraba, cuando había alcanzado la gloria del premio, con un aire desmontado, engarzado en desganas. Seguramente acunaba en su mente un libro de aventuras en las que saldría una corte de idiotas haciéndose carantoñas. Porque libro de aventuras bien escritas era su Regocijo, aventuras de vikingos, con tipos, paisajes y lances plenos de exuberancia literaria. En mi ejemplar escribió con letra de agradecimiento: «A FSW, en recuerdo de su amable carta, y su todavía más gentil saludo, con el afecto entrañable de...». Se ha ido en medio del ruido vano de escritores mediocres. Ni siquiera ser un niño al que la guerra civil apartó de unos estudios a los que jamás pudo volver, ni siquiera este dato de su biografía, cuando tantos represaliados están logrando asomar su muñón de fusilado, le ha hecho un poco de justicia. Tuvo pasajera la gloria pero será imperecedero su olvido. Así ha atravesado el leve claroscuro de la vida.

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