Diario de León

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DOMINGO Gordo es hoy. Atufa todo a Carnaval comprado. Las carnetolendas sentidas son cosa distinta. Carnaval es transgresión, invertir el orden, abolir rangos, cargas y rutinas, así que eso que por ahí se subvenciona no huele a tal, bien al contrario. Suele ser vulgarota y barata verbenilla de máscara hueca con tantos monitos imitadores como comparecen plagiando y tantas loras con lorzas al aire por querer parecer cariocas de Ipanema. Carnaval es patria común de la burla inteligente y del encisnado bruto de quien no alcanza a rimar la broma, patria de la humanidad donde se aparcan penitencias exgaerando astutamente el unto y el gozo. Pero se han fumado su denominación de origen. Que venga un consejo regulador y les atice a todos ellos con una cachiporra de vejiga inflada. La bufonada, el disfraz grotesco o el Carnilevare son más viejos que Cristo, pero fue curiosamente la Iglesia quien resucitó todo ello medievalmente dando en abadías o seminarios licencia para la extravagancia y el quebrantamiento como alivio de las duras penitencias que vendrían a continuación. Fuera rutinas, jerarquías y respetos por tres días. El monaguillo más canijo o trompón era elegido obispillo de burlas para recibir honores de prelado en sus «fiestas de locos». Se comía sin duelo estos días pues había que liquidar los restos de carne en la despensa, pues a partir de la Ceniza todo es abstinencia, ayuno de anacoreta y berzas viudas de cualquier tocino. Se daba venia al pecar menor y se absolvía el pecar mayor sin especial rigor en las penas. Después la Iglesia se empecinó en prohibir la carnavalada tras haberla fomentado, pero a buenas horas, mangasverdes; échale un galgo al pueblo en su ley. Conservo una fotografía de 1968. Está hecha en el estudiantado de Filosofía de Caldas de Besaya, monasterio, todos frailes de hábito, aunque no lo parecemos, pues uno va vestido de policía gris, otro de cirujano, de benemérito aquel, de albañil o catedrático picudo y este menda de monja. Me fascinó aquella libertad en sitio de tanta severidad litúrgica y con Franco y el espíritu de Trento vivos. Aquellos carnavales eran intocables, propiedad del estudiante. Nadie subvencionaba ni censuraba. En la calle, sin embargo, y en la sociedad civil, estaban prohibidísimos. Ya ves lo que eran las cosas.

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