CORNADA DE LOBO
Jose Ángela
SI HAY Josemarías, ¿no va a haber Joseángelas? Uno conocí. Era sábado, víspera de Domingo Gordo bajo toldo de nube nevante y junto al cálido corazón esgüevante de una fiesta de ingenio con chirigotón bordado. La Bañeza era, ciudad impar que se dice, la única de este barullo en la que se puede hacer arqueología de los carnavales y a la que fue el que suscribe en condición de «fregonero» de la fregonería honrado por el encargo y dichoso de meter dicha en un lugar donde sobra. Y allí estaba Jose Ángela, un pedazo azafata del futuro aerohuerto bañezano que se ha de construir en terrenos destinados al circuíto de velocidad, paraje conocido como «La Zepa de los Cojones» y al que fue a dar con sus chatarras el avión del disparate al final de su vuelo por un cielo empedrado de baches y de torpezas cazurriles. Un cacho azafatón era Jose Ángela con su delirio en unas pestañas como escobillas y con un látigo de plumas en el verbo, megáfono al sobaquillo e instruyendo al pasaje de la calle de cómo comportarse en el vuelo picado para no hartarse de tierra en el estrellamiento. Iba Jose Ángela vestida enteramente de verde, un verde verdecino como el de las aerolíneas autóctonas y como recordando otra vieja chirigota que decía «mucho verde, mucho verde, pero el conejo, muerto de hambre». Para la fregonada del día, ese chispún que abre oficialmente la carnavalada bañezana, Jose Ángela y una nutrida peña gamberra habían instruído una parodia del «aerotuerto» leonés, teatro de ingenio propio y sin supervisión de la autoridad, que es cuando el teatro popular es teatro y es libertad. Aquello fue ciertamente una esgüevación y un alarde de sátira ingeniosa, justo lo que ha de esperarse de un Carnaval con su intención transgresora y lo que tan difícilmente se paladea en estas mascaradillas piruleras y municipales que hoy se estilan. ¿Quién critica al poder, si es quien paga? El que regala bien vende, si el que recibe lo entiende, dice el saber escarmentado. A la azafata Jose Ángela y a su tropa de la risa no la paga nadie más que sus ganas y el taconeo acratón que exige la pasarela de esta vida que nos están convirtiendo en espectáculo ininterrumpido, es decir, le cuesta la juerga, pero de mil amores la paga e se ingenia. Le salió redonda su comedia bufa, quizá porque también es muy bufa la realidad que nos envuelve.