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CRÉMER CONTRA CRÉMER

En mi pueblo suceden cosas

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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SEÑOR, SEÑOR. Uno no gana para disgustos. Dicen para consuelo de tontos, que el tiempo además de curar todas las dolencias, acaba por dar gusto a todos. O a ninguno, replico. Por ejemplo, revolviendo viejos papeles cubiertos de refranes, de noticias amarillas y de nevadas insolidarias, doy con una copla que fue muy usada en mis tiempos. Decía, poco más o menos: En el pueblón -sol y polvo- casi nunca pasó nada. Acaso solo la tarde, víspera de Santa Bárbara en que Jacintón Fernández apuñaló a su cuñada. En mi pueblo sucedía que no sucedía nada. La gente nacía y acaba muriéndose de aburrimiento; el que había nacido para ochavo nunca llegaba a cuarto, y la moza que no conseguía interesar al chico de la Bernarda, por ejemplo, acababa en las monjas haciendo recados o de tornera. Las gentes de aquellos entonces nos habíamos acostumbrado a tantísima quietud, a cuantísima castidad, a tanta y cuanta resignación, que llegamos a parecer un pueblo de fantasmas. Hasta que vinieron los sarracenos y cambió el panorama: Se abrieron Bingos; se levantaron Palacios para Congresos; se instaló un Museo para extravagancias más o menos desatinadas, para dar de comer a técnicos y licenciados de arte y el pueblo entró en lo que se dio en llamar línea o Era de la rehabilitación. Y con esta memorable y saludable ansia de resurrección se nos echaron encima o se pusieron debajo, problemas, cuestiones, asuntos que si bien no concedían al pueblo ni brillo ni esplendor, daban lugar a las peripecias más absurdas, todas las cuales ¡ay! no parecían tener otro objetivo que despojarnos de los ahorros de la comunidad. Así cuando se nos planteó el diseño de la Europa Democrática o cuando se habló de la tregua terrorista o cuando se puso sobre todas las mesas municipales los legajos de aquella nuestra Guerra Civil, en la que dejaron la piel y el páncreas no menos de un millón de seres humanos, pero masones o judíos o comunistas. Y no digamos ni dejemos de decir cuando se le planteó al pueblo la posibilidad de que el Monte de San Isidro, pulmón de todos los tísicos de la provincia y motivo de orgullo para los pocos sanos que en mundo griposo eran, se convirtieran en parcelas pignorables para la acomodación en elegantes chalecillos para banqueros y militares con graduación máxima, cegando para siempre el camino de recuperación de un territorio que aparecía inscrito en el registro del Patrimonio provincial. O ya en el colmo de la confusión de las lenguas cuando llegó hasta nosotros la noticia de que el condón o sea el preservativo, para evitarnos enfermedades, había sido nuevamente rechazado, rectificando la idea brillantísima de un portavoz eclesial que se permitió la licencia de exponer una opinión sin consultar con el Vaticano. ¡Claro que en mi pueblo ocurrían cosas! Y cosas gordas, como la decisión de Don Mario, Regidor Mayor de la pedanía, de presentar una moción en el Ayuntamiento de su mando a favor de la unidad de los papeles de la Guerra aquella que acabó en Cruzada. Lo que mueve a muchos de los supervivientes que andan con el pico y la pala removiendo montes y morenas para dar con los postreros huesos de sus deudos, que la Corporación consiga papeles por la unidad del pueblo. Porque es que estamos dando la sensación de ser un pueblo sin papeles, como los ecuatorianos, en el cual nunca pasa nada.

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