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Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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TAL COMO SE PREVEÍA en el guión, el vasco Ibarretxe dio la cara. Fue una Justa entre caballeros, como aquellas de la Edad Media, en las que se respetaban las reglas. Acudieron a la convocatoria todos, absolutamente todos, incluso aquellos que tanto diera que se quedaran en casa. Y no porque todo estuviera concertado previamente, que si que lo estaba, sino porque funcionó absolutamente la regla de la obediencia debida. En los escaños no quedó ni un solo espacio vacío. Y entre los invitados, no tuvieron cabida los extorsionadores. Lo que se jugaba en la competición verbal era algo demasiado importante como era dejarlo en manos de la suplencias y salvo el señor Rubalcaba, (que nunca se sabe bien si es suplente de alguien o anda por el monte solo) porque nada menos España y el País Vasco, que, salvo error u omisión, forma también porque parte de España, se disponían a discutir, a debatir, con mayor voluntad que acierto, si el Estado admitía la fórmula inventada de conceder, al territorio vasco la condición de nación asociada, para lo cual tendía de nuevo la mano colaboradora por el contrario, la incomprensión decidir cerrar las puertas dejando en la calle al solicitante del soberanismo, en cuyo caso, vino a sugerir don Juan José quedarían los vascos obligados a gobernarse por su cuenta. A lo que el leonés señor Zapatero, sin forzar el tono, incluso ensayando un boceto de sonrisa animador, retrujo la pretensión del lendakari a un simple ejercicio de matemática política: «Si vivimos juntos es lógico que juntos vayamos a decidir». Y como en el fondo del discurso se mantenía viva, aunque soterrada, la idea del diálogo como fórmula inevitable, por si acaso se quebraba aquel concierto armónico, ninguno de los demás oradores del coro general hicieron alusión a la posibilidad de que el problema -por que problema continúa siendo- se encerrara en un círculo vicioso, en un callejón sin salida... Y aunque, como estaba previsto por el mando, la votación final ofrecía un resultado de rechazo a la propuesta del defensor de la vasconía de esa porción entrañable que es la Euskalerría, mas de trescientos votos negativos por apenas veinte a favor de la pretensión vasca, en el aire convulso de la patria, que dicen los historiadores apasionados quedaron, como un mensaje difícilmente descifrable, las palabras del lendakari: «El futuro nos pertenece a los vascos y los escribiremos nosotros de nuestro puño y letra». De lo que inevitablemente se deduce que el amplio debate, que los inacabables discursos, que las posiciones de grupo o personales de los unos y de los otros, no han servido de nada ni para nada. Estamos o mejor quedamos como estábamos: Las espadas desenvainadas y el grito de guerra pendiente de los árboles de la gran alameda de España. Y aunque de la representación todos parecieron salir satisfechos, lo cierto fue que los oyentes exiliados nos quedamos con la música: «Este camino no tiene marcha atrás y concluirá con una consulta». Para este viaje, ¿se necesitaban alforjas? De vez en cuando, en momentos de decadencia, doy en abrir el libro de Nicolás Maquiavelo, titulado «El Príncipe» y me doy de cara y de cruz con anotaciones tan perspicaces como esta: «La experiencia de nuestros tiempos nos dice que los príncipes que han hecho grandes cosas son los que menos han mantenido su palabra y con la astucia han sabido engañar a los hombres».