Diario de León

El paisanaje

Catarro en Antibióticos

Publicado por
Antonio Núñez
León

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RESPECTO al futuro de Antibióticos, que antaño fue el buque insignia de la industria leonesa, hasta el punto de tener equipo de fútbol propio (el campo y las las porterías estaban justo donde ahora hay la tira de pisos y una gasolinera) algunos mantenemos cierto excepticismo, como cuando construyeron la fábrica allá por los años cuarenta y tampoco la Seguridad Social creía en los microbios. Ojalá que vuelva a fallar el ojo clínico. La historia de Antibióticos se remonta, más o menos, a cuando en la posguerra española faltaba de comer, hacía frío hasta en el alma y sobraban dolores de muelas y bronquíticos. De aquella la factoría leonesa suministró el remedio a todo el país e, incluso, se permitía el lujo de exportar lo que le daba la gana a Alemania, Estados Unidos y, en general, a cualquier nación del globo que tuviera con qué pagar. En aquellos tiempos, y no como hoy día, aunque parezca mentira, trabajar «en la penicilina» era sinónimo de una vejez asegurada. Como dicen en el Ayuntamiento y en la Diputación el problema era entrar, pero más difícil todavía era salir y no lo echaba a uno ni dios, aunque tuviera la recomendación a la contra del señor obispo. Más tarde, andando los setenta, americanos y europeos tomaron nota del negocio, instalaron en casa sus propias fábricas y a los de León nos les quedó más remedio que emigrar con la tecnología cazurra del hongo de la cefalosporina a China, donde ahora se produce «todo a cien», y paises intermedios, como Irak e Irán, que, como estaban en plena guerra bacteriológica -entre ellos, no contra las bacterias- montaron una factoría en cada bando, que a saber para lo que sirvió después. Visto que el filón de exportar la dichosa tecnología se acababa, porque hasta los de Manchuria sabían poner inyecciones como churros, Abelló y Mario Conde sacaron a subasta las viejas naves de Antibióticos, que primero iban a quedárselas unos suecos, pero luego fueron a parar a los italianos de Montedison. Indagar ahora a quien corresponde la propiedad -o sea, la «razón social» de toda la vida- entre tantas siglas y sociedades anónimas que van y vienen sería para volver loco al diccionario, al comité de empresa y a los jubilados que, antaño, simplemente estaban orgullosos de trabajar para la penicilina. Probablemente tampoco se aclararía el doctor Fleming. Antibióticos fue vendida en tiempos de Abelló y Conde por una cifra nada despreciable, próxima a 50.000 millones de las viejas pesetas -peseta arriba o abajo, que nos corrija Hacienda- con unos 500 empleados que se tasaron a cien kilos por cabeza, y que en nómina no llegan ahora ni a 300. Quiere esto decir que para mantener hoy día los empleos quien quiera invertir en Antibióticos tiene que poner casi el doble por trabajador, cuando para crear un empleo en la tienda de la primera esquina sobra, y mucho, con la décima parte. Analizadas las cosas desde esta perspectiva hasta Florentino, el del Real Madrid, estaría de acuerdo en que sale más barato fichar a Ronaldo o Beckhan que al portero de Antibióticos, que, encima, sólo puede ser traspasado al INEM. En cuando al terreno de juego, aunque Florentino presida el Real Madrid y el Antibióbicos Fútbol Club nunca pasara de primera regional, el campo no es comparable al Bernabeu, sino que mide, a lo poco, un millón de metros cuadrados o más. El nuestro. Ojo a la moviola, porque ahí puede estar la clave del penalti, al margen de que el comité de empresa esté en fuera de juego o no. Curándose en salud ha pedido ya el ex alcalde socialista Francisco Fernández que no se concedan licencias de obras en el suelo de Antibióticos, a lo cual ha respondido el alcalde Amilivia que no le atosigue la oposición, que los rumores sobre el tema son inciertos, que a él no le tose nadie, etcétera. De lo que se deduce que está incubándose un catarro, eso como mínimo. Mientras sube la fiebre en Antibióticos con cientos de despidos convalecientes sólo falta que alguien aclare si se puede construír o no en los terrenos. Por poder, no vea usted la cantidad de ladrillos que caben allí, lo que explica que las operaciones de compra-venta de la fábrica crezcan cual micelios de penicilina. Un pajarín prejubilado, de los que antaño anidaban en Antibióticos y que ha llegado a pardal pedáneo por los alrededores, le píaba ayer confidencialmente a un servidor: «yo me andaré por las ramas, pero tú vuelas bajo, así que escarba y ya me dirás luego si se puede construir en un suelo contaminado hasta la cresta y quién quiere comprar la jaula». Tantos años escribiendo de política le contagian la tosferina a cualquiera. Mejor que cave el señor alcalde. Pero que sea rápido.

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