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Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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CUANDO LLEGUÉ A CONOCER a Ignacio Linares, yo me había pasado ya de rosca y en el aire, que decían los cursis, de las ondas hertzianas o algo así, se juntaron sus palabras y las mías. Porque a los dos nos había correspondido dar cuenta cabal de los episodios que acontecían en la rúa, o sea en la calle, en la ciudad en la que teníamos clavada la bandera, y por aquello tan musulmán de que en vista de que no vienes a la montaña, la montaña acabará por acercarse a ti, mi afición al Bierzo, me empujó a cubrir los espacios geográficos que me separaban de Ignacio Linares, pregonero de Radio Juventud de Ponferrada. Que algo y aún mucho me tocaba aprender de quien con tanto talento, con tantísima sensibilidad y con tan enorme alarde de conocimientos, había conseguido, ya en aquellos lejanos entonces, imponer su voz y su razón en ese cuenco amoroso que es el Bierzo o que debe ser para todos los leoneses. Eran las nuestras vidas paralelas, aunque sin un Plutarco que acertara a enhebrarlas. Los dos habíamos sido nacidos en tierras de otro color y de otra manera de ver la luz. Y los dos acabamos engastados en esa joya leonesa para tomar de su brillo y esplendor, el tono, el acento y la sensibilidad que necesitábamos para el mejor cumplimiento de nuestra misión. Porque era la nuestra, amigo, compañero, hermano Ignacio Linares, más que una vocación, que también lo era, una devoción. Amábamos a esta tierra que nos había dado amor y generosidades y estábamos dispuestos a servirla hasta que fuéramos ceniza, «ceniza enamorada», que diría Quevedo... Y tú, desde Ponferrada, conseguiste eso que resulta tan difícil en nuestra hora: «Ser profeta es decir poeta en tu pueblo». Y que los tuyos acabaran por creer en ti. ¿Lo conseguimos? Tal vez sí. Cada uno a su manera y mediante el uso de un lenguaje propio y adecuado. El tuyo era abierto, generoso, solidario y tenía siempre el temblor de lo que se ama. Lo mío era otra cosa. Y cuando ahora, ya en la cumbre de tu andadura con la compañera de tu sombra y los hijos del amor, formando la corte que todo ser humano necesita para no caer derribado por los malos vientos que en todas partes aúllan, fuiste quebrado, como un árbol. Y tu muerte resonó en todo el ámbito berciano, como si se hubiera desprendido del árbol heráldico uno de sus personajes de leyenda. Y hasta León, hasta mi retiro de exiliado voluntario llegó el eco de tu final. Y entonces pudimos darnos cuenta de que los que andamos por el aire y para el aire de los vuelos ajenos acaban en aire, borrado por el tiempo. Y para que no te arranquen de nuestro recuerdo, ya que de la memoria histórica otros serán los llamados a borrarnos, quiero dejar constancia en este rincón del periódico el testimonio de mi admiración. Y ya que no flores, que no están los tiempos para juegos florales, al menos permíteme que deposite en tu tumba estos versos: ... padre del futuro de un mundo traspasado de muertes, te esperamos en la bocamina de cada día, con el alma en la boca.