Diario de León

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PASÓ Y ARRASÓ san Valentín bisuterías, flores de invernadero y tiendas de pamplina rosa. Le dice el vulgo en chirigota san Calentín, pues más que celebrar el amor, consagra lo subsiguiente, que es el deporte del jergón, gimnasia del corazón cachondo, cenita fuera de casa y revolcón en hotelito. En los grandes almacenes se le llama san Calentón, porque hace zambombazo en caja, cosa que sucede no sólo en la órbita del occidente cristiano donde se inicia esta costumbre del corazón y de la medallita del te quiero más que ayer, sino en los japones de la copia exacta, en las asias de iniciación al consumo colorista o en todo el mundo tercero que se pirra por los ritos del primero, menos en el cosmos de la chilaba donde la carne adúltera se sigue enterrando a pedradas, el mundo anda patrás o de lado y el demonio lleva bigote. Los detractores de esta fiesta inventada por los almaceneros yanquis aducen que nunca existió la tal conmemoración y ese su significado de fervorín amoroso decretado que se instrumentó para vender en temporada de bajón de ventas y que que ni siquiera tal santo existió, pues se tomó por tal a un rico que había levantado una iglesia en Italia haciéndose enterrar en ella a su muerte; su sepulcro fue identificado por el vulgo como el de un santo y así se inventó el Valentín, no quedándole a la Iglesia otra salida que reconocerlo de extranjis ante el tamaño del fervor popular que iba consiguiendo. Dirán lo que digan, pero el fiestorro valentinero adquiere cada año más tamaño y más escaparate, más concurso y más bobada de amor de plástico y colonia, así que rindámonos a la evidencia, al artificio y a la celebración del enamoramiento que no es tal si no pasa por caja: no me mandaste flores y eso es que no me quieres. Cuando eligen una fecha para exaltar tal cosa o tal condición, tal colectivo o campaña (día de la mujer, del cáncer, del medio ambiente o del niño), es que el resto del año el asunto vaguea, se abolla y no se le hace el pertinente caso. No pensé que con el amor fuera necesario un día para su exaltación. El único regalo del amor no es una pamplina, sino el estar ahí, al lado, la simpatía (que «é cuase amor»), el no irritarse, el darlo todo y no sólo un bibelot, una pijada con corazoncitos bordados y mucha purpurina alrededor. San Calentón, tú reinarás.

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