Diario de León
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LUIS ARTIGUE
León

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LA MIRADA sorprendente, la mirada interior, la mirada ancestral, la mirada de Dios, la mirada de una vecina con la bata entreabierta¿ Como un catálogo de luminosas miradas puede entenderse el libro de microrrelatos «Los Males Menores» firmado por Luis Mateo Díez y publicado, en la Colección Austral, por Espasa Calpe. Son anécdotas, chispazos, embriones de novelas o de vidas que se quedaron acaso sólo en eso, en pequeñas cosas de valor que cualquier abuela envolvería con cuidado en un pañuelo. Quienes seguimos la trayectoria novelística de Luis Mateo Díez desde aquella obra divertida, universal y nuestra que fue «La Fuente de la Edad», ya un clásico, hasta llegar a otro clásico, «La Ruina del Cielo», tal vez la novela más representativa de cuantas suceden en el territorio mítico de Celama -en ésta nuestro escritor, con su imaginación enciclopédica, nos demuestra que la gran novela de todo lugar es una biografía de su cementerio-; quienes además hemos arribado también ya en Urdial, lugar donde acontece su última novela «Fantasmas del Invierno», leemos ahora estos microrrelatos y nos damos cuenta de que se trata de otra cosa; de que -como decía Manuel Machado a propósito del soneto- cabe toda la vida en un microrrelato. En la introducción de este libro o compendio de males menores Fernando Valls señala como influencias de los cuentos hiperbreves de Luis Mateo Díez a Borges, Cortázar y Bioy Casares en Hispanoamérica, Kafka y Pavese en Europa y Max Aub y Gómez de la Serna en España pero, en mi opinión, se debiera aludir también a su condición de leonés al intentar esclarecer el origen y las deudas tradicionales de sus cuentos. Y no me refiero a que nuestra identidad colectiva nos condicione, sino sólo a que existe en esta tierra una tradición milenaria que traspasa siglos, que tiene su legendaria expresión en los filandones y las veladas, y que ha derivado después en los corros populares. En la actualidad, sí, mayormente esta tradición pervive y palpita en las conversaciones de las tascas con vino tinto y tapa: es la tradición de contar. Y es que lo que se cuenta en cualquier bar de León -el Casa Benito de la plaza Mayor, por ejemplo- ha de ser corto como un vaso chato e intenso como los sueños de los pobres. Por eso en la obra de los excelentes cuentistas leoneses -entre los cuales Luis Mateo Díez constituye un destacado representante- hay mucho de oral, mucho de eso que se deja caer para sorprender e impresionar. Hay mucha imaginación desatada y poca estructura medida, sí: hay más cueto que cuenta. Impasiblemente los pocos jóvenes que aún vivimos en León observamos como se está perdiendo esta tradición milenaria y nutriente; como cada vez nos contamos menos cosas los unos a los otros: se está olvidando, en esta era de los efectismos, el artificio, la luminotecnia y la apariencia, que una de las mejores formas de pasarlo bien que hay consiste en estar con gente con la que te entiendes y hablar. Y contar. Todos anhelamos contar para alguien y contarle; contarles. Por eso ahora que los editores y el mercado demandan principalmente novelas -y no libros de cuentos- yo veo en los vocacionales escritores de cuentos una invitación utópica y necesaria a no abandonar las raíces ni las esencias. Una lúcida invitación a regresar al verdadero entretenimiento, al que lleva implícito la palabra, la sorpresa, la risa, el miedo y, sobre todo, la amistad repleta de empatía. Estos microrrelatos de Luis Mateo Díez, por ejemplo, acaso son tan cortos para que nos los aprendamos de memoria, y se los robemos, y nos los contemos los unos a los otros, y que con alguno de ellos divirtamos a un amigo, o impresionemos a un vecino, o enamoremos a una moza¿ Sí, creo que los microrrelatos de Luis Mateo Díez tienen algo de memoria, mucho de la educación primigenia, su talento y cuarto y mitad de costumbre pues el leonés es cuentista por naturaleza.

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