El paisanaje
¿Si voto que no, pasa algo?
EL MINISTERIO de Educación siempre ha considerado de lo más normal que la mitad de los escolares españoles no sepan las capitales de Europa. A fin de cuentas, tampoco todo el mundo tiene un padre empresario multinacional, diplómático o, ya a lo pobre, ex emigrante de Alemania. Tanto es así que aún hoy la materia se enseña en los colegios a la nada tierna edad de trece años, en segundo de la ESO, asignatura de Ciencias Sociales, cuando los maestros más progres recomiendan llevar siempre un preservativo en la mochila para que los chavales y chavalas sepan, eso sí, que los niños no vienen de París. Antes los traía la cigüeña y precisamente hoy, recién pasado San Blas, los padres españoles hemos sido convocados a un referéndum para aprobar una Constitución europea que casi nadie ha leído. Es otra burrada, así que, si suspendemos, no le debería extrañar al Gobierno. De cuando éramos más pequeños y empollones a acá, la geografía ha cambiado mucho. Al principio España tenía provincias africanas, como Guinea, Sidi Ifni, el Sáhara, las islas Chafarinas, Ceuta y Melilla y demás. Europa eran las tiendas de transistores de Andorra y hasta los únicos portugueses que contaban en la península ibérica eran Viriato y los contrabandistas de café de Angola. De aquella aún no habían comprado la Vidriera. En la adolescencia nos llegó de oídas lo de la revolución de París de Mayo del 68 -por más que la reivindique Zapatero, él estaba en pañales- y, ya de adultos, cayó el muro de Berlín, de modo que la capital de Alemania dejó de ser Bonn, la de Checoslovaquia Praga, las de Estonia, Letonia y Lituania siguen siendo ilegibles, de Yugoslavia no queda ni Tito, y hasta la brigada de caballería ligera británica tendría hoy problemas en el Caúcaso a la hora de orientarse para cargar contra Chechenia. Cuanto más viejos nos hacenos menos cosas añora la quinta de un servidor respecto a Europa. Si acaso los cines eróticos de Perpignan, cuando lo verde empezaba en los Pirineos, y la peseta, de cuando el tinto valía cinco duros en Casa Benito y no a euro, como ahora. Desde el PSOE y el Gobierno se invita a la ciudadanía a participar masivamente y decir que «sí» en el referendum de hoy. Y desde el PP se dice también que «bueno», pero con la boca pequeña. Se calcula que apenas una tercera parte de los ciudadanos acudirán a las urnas para elegir todavía no se sabe qué, según las tertulias más sesudas de las tabernas de mi pueblo, que es La Bañeza. «¿Seguro que estamos aquí?», empieza el más intelectual. «A ver quién paga la ronda, si no», responde el camarero. «¿Somos o no de León?», insiste le primero. «Todos menos Manolo, el de Benavente, que se casó aquí de penalti», asiente toda la parroquia, menos Manolo. «¿Y en España?, perora otra vez el mismo después de mucho barajar. «De momento seguimos en el mapa», se oye decir desde la otra mesa. «¿Así que, por lógica, somos ya europeos o no lo semos ?», vuelta al principio. La respuesta más contundente fue la de Pepe, el chapista, que de joven emigró a la Citroën y ahora ha prosperado con un desguace de segunda mano atendido con mano de obra subsahariana. Se lo van a decir a él. Es lo mismo que piensa el moro de la esquina, que vende «barato paisa» y que al desenrrollar la alfombra no se explica el rollo que nos traemos aquí con lo de Europa si o Europa no. A veces duda si se confundió de patera. «¿Europa no es tu pueblo?», me preguntó ayer un tanto mosqueado por si no iba por el buen camino (él, no yo). O sea que al grano. Este es un referendum en el que se pide el «sí» a la constitución europera para decirle, de paso, que «también» al Gobierno. Y a toda prisa, porque va a cumplirse un año de lo del 11-M y las elecciones. Si se votara «no» o no se votara, tampoco iba a pasar nada ni todo lo contrario, aunque gente como los Del Río, ay, Macarena, anden por ahí empeñados en hacer de palmeros de la superioridad. Y, pase lo que pase, el moro y yo hemos llegado a un acuerdo sin necesidad de regatear nada: esto es La Bañeza, León, España y Europa y todo lo demás son ganas de crear alarma innecesaria entre la población, ya sea de ojos glaucos o negros cual azabache, como el burro Platero de Juan Ramón Jiménez, que era de Huelva, a tiro de patera y, encima, premio Nobel. Por cierto, que sólo algunos socios del Gobierno piden abiertamente el «no» a la futura constitución europea, mientras que el Partido Popular dice que «sí», aunque por lo bajo. Va a tener razón Zapatero cuando, al recontar hoy los nones, diga que la mayoría son de Rajoy. Y no se podrá negar, porque los de IU y Carod Rovira son cuatro y el cabo, según contábamos ya en la mili.