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Publicado por
FRANCISCO SOSA WAGNER
León

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LOS TRIBUNALES de justicia a veces se dedican a resolver asuntos importantes para la sociedad. Así ha ocurrido en Valencia donde se ha dictado una sentencia en la que se reconoce el derecho de dos policías nacionales a quedarse en propiedad los animales que han tenido asignados, y ello con el argumento de la «especial relación de afectividad» que se establece entre «el caballo y el hombre que lo ha montado y cuidado a lo largo de varios años». Conmovedora ternura la de los jueces y conmovedor comportamiento el de los funcionarios, empeñados en no separarse de sus caballos y dispuestos incluso -supremo sacrificio- a meterse en las simas profundas de un pleito para conseguirlo. Ahora, cuando tan fácil es separarse de la mujer, por lo civil, por lo militar o por lo económico-administrativo, resulta que hay quien traba una relación tan estable con su caballo que por nada del mundo lo dejaría abandonado a su suerte en el impersonal organigrama de la Administración donde nadie puede predecir en qué manos acabaría cayendo el cuadrúpedo. Antiguamente se decía que había tres objetos o seres que nunca debían ser objeto de préstamo: la pluma, la mujer y el caballo. La pluma ha sido sustituida por el bolígrafo que puede ir de mano en mano sin crear mayores problemas sentimentales; la mujer, ya lo he dicho, es fácilmente sustituible por los mecanismos que hoy brindan las leyes civiles y militares; solo queda el caballo de esa triada fundamentalista y ahora esta supervivencia inesperada viene a ser confirmada por la justicia valenciana. Yo creía que lo único que merecía respeto en la actualidad era el móvil y el piercing del ombligo pero, en fin, satisface advertir que no todo es objeto de falta de miramientos en la sociedad postmoderna. Nuestra complacencia debe ser grande. Ahora bien, corresponde al agudo observador de la realidad que es el autor de estas Soserías, analizar los asuntos cotidianos con una mirada profunda que afronte todas sus perspectivas. Si esto es así, confieso que la historia que he contado me alarma. Porque el problema es el de su generalización. Vale que el guardia se quede con el caballo, pero ¿puede quedarse asimismo con ese delincuente que ha detenido muchas veces por robar bolsos de señoras en los grandes almacenes? Se verá que el razonamiento del magistrado empieza a aparecer peligroso. ¿Alguien se imagina lo que sería un país lleno de policías jubilados acompañados de sus delincuentes predilectos jugando al mus en el bar o contemplando el espectáculo del balompié? Pasemos al mundo de las prisiones. En ellas pasan los penados, aunque no siempre por su voluntad, períodos dilatados de tiempo, lo que es un factor que crea lazos emocionales de primer orden. ¿Puede marcharse a casa el funcionario de prisiones que se despide con su homicida preferido o con el ladrón de más reputada ganzúa? En las obras de los grandes humoristas españoles aparecen toreros que van siempre a la plaza con el mismo toro pero esto ocurre en los libros de esos escritores que no son personas serias sino propensos a confundirlo todo por hacer una gracia, que es de lo que viven. Sigamos. El médico que se jubila ¿se puede quedar con algunos pacientes, los más acreditados por su insistencia o por alguna otra benéfica circunstancia médico-patológica? Los profesores ¿nos podemos apropiar de los alumnos que mejor hayan aprendido los apuntes? Y el funcionario de Correos ¿podrá disponer a su jubilación del tipo que iba todos los días a comprar un sello? El farmacéutico ¿podrá hacer lo mismo con la señora que le visitaba a diario porque quería estar a la última moda en materia de antibióticos? Ya puestos: ese magistrado que ha decidido en Valencia ¿se podrá quedar con el procurador que más recursos haya presentado? Se impone discrepar, y como hablamos de una sentencia, hay que interponer frente ella recurso de casación, con el que por cierto acabaremos trabando, como con el caballo, «una especial relación de afectividad» porque será resuelto en la próxima era geológica.