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Ochenta días en el infierno

La joven Sabine Dardenne, víctima del famoso pederasta belga Dutroux, escribe unas memorias en las que relata su cautiverio y en las que describe su relación con el violador

Sabine Dardenne durante la celebración del juicio contra su violador

Publicado por
Antonio Paniagua - madrid
León

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Con apenas 12 años Sabine Dardenne fue secuestrada y violada por uno de los pederastas más perversos y sádicos de Europa, el belga Marc Dutroux. Durante el juicio en el que fue condenado Dutroux a cadena perpetua, Sabinne Dardenne clavó su ojos sobre el rostro de su secuestrador y le obligó a bajar la mirada. Su coraje asombró a todo el mundo. Contó al tribunal los pormenores de su cautiverio y confesó que llegó a ver a su verdugo como un salvador. Cuando parece superado el doloroso trance, la joven, que ahora cuenta con 21 años, ha relatado en un libro su experiencia. Yo tenía doce años, cogí mi bici y me fui al colegio.. . es el título del libro que, publicado por Ediciones Martínez Roca, contiene las cartas que la pequeña dirigía a su madre y que la niña quiso que sus padres nunca conocieran. El 28 de mayo de 1996 Marc Dutroux y su compinche Michel Lelievre abordaron a una niña rubia y extremadamente delgada que se encaminaba al colegio en bicicleta. La pequeña fue introducida en el interior de una camioneta, envuelta en una manta maloliente y obligada a ingerir cuatro o cinco pastillas que acabó escupiendo. A partir de ahí empezaron su tormento y sus mortificaciones. «Ni siquiera se me ocurrió que pudiera estar secuestrada. La palabra no me venía a la mente. El lavado de cerebro se hizo muy bien, muy rápido, desde el primer día, cuando yo tenía aún la mente nublada por las pastillas y un pánico espantoso. Me lo creí todo». La niña fue persuadida por Dutroux, un electricista que jamás ejerció su oficio, de que sus padres se negaban a pagar el rescate demandado. Paradójicamente, Sabine vio en el pederasta a una especie de salvador. Dutroux convenció a la pequeña de que la había liberado de las garras de un misterioso jefe. «Para no morir, debía obedecer a ese desconocido, aceptar que me «tocara» a su antojo. Se empleó a ello enseguida, ahora debía vivir escondida por él y con él. ¿Hasta cuándo?». Experiencia Durante ochenta días Sabine soportó el infierno de malvivir en un zulo donde fue repetidamente violada. No sabía, como luego descubrió atónita la sociedad belga, que Dutroux perpetró sus crímenes estando en libertad provisional, pues había sido condenado a 13 años de cárcel por robo, secuestro y violación de seis menores. Su buena conducta le granjeó la simpatía de los jueces, que se avinieron a dejarle en libertad cuando apenas había cumplido siete años de prisión. Gozando de la prerrogativa de la libertad vigilada, Marc Dutroux violó a dos jóvenes eslovacas, y asesinó y ultrajó a otras cuatro. Sabine y Laetitia Delhez, de 14 años, que compartió cautiverio con la primera, fueron las únicas supervivientes. Una de las cosas que contribuyó a que se desmoronase ese síndrome de Estocolmo fue un descubrimiento imprevisto. Una vez que se quedó sola, la rehén rebuscó entre los cachivaches y enseres personales de su secuestrador. Halló un carné con el nombre de la mujer del pederasta, Michèle Martin, que en todo momento actuó como cómplice del raptor. «Pero encontré también tres fotos de niñas desnudas, de mala calidad, y tomadas en contrapicado. Me reconocí en seguida. Soy yo».

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