Diario de León

El botijo

Un estudio meteorológico descubre a través de complejas fórmulas el misterio del botijo: mantiene el agua fría por su morfología y ventilación y por su capacidad de evaporar en seco

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M. Romero - león
León

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Son típicos en León los botijos con silueta de cura. En las ferias los venden de formas fálicas y en la montaña, como no los necesitan, se dedican a decorarlos. En el Palacio de los Guzmanes de Toral hay más de 2.500 ejemplares de distintas épocas y Jiménez de Jamuz bautizó su festival veraniego de rock en honor a la sinuosa pieza. Un botijo -quién se imagina una España sin botijos ni boinas- parece tosco, primitivo, con una apariencia que parece más bien fruto de la casualidad que de la ciencia. Y puede que sea así, pero ha sido necesario un riguroso estudio meteorológico para conocer sus propiedades y dar explicación a cómo y por qué el agua se mantiene rigurosamente fresca dentro del recipiente. El insigne científico Alberto Linés, fallecido recientemente, elaboró un análisis muy didáctico sobre la termodinámica del botijo. Empleó tablas piscrométricas, habitualmente utilizadas para el cálculo de los índices de humedad. Su fórmula de medición está basada en el enfriamiento de una superficie húmeda por la evaporación del agua. Esta depresión es nula cuando el aire está saturado de humedad -una botella cerrada, por ejemplo- y es máxima en el aire completamente seco. Con fundamento Este es el fundamento del botijo, que para ser eficiente requiere dos cosas: transpirar y encontrarse en un ambiente seco. Es precisamente en las áreas más secas o con periodos secos muy acusados donde se ha producido la alfarería más eficiente. En cambio, en las zonas húmedas la tecnología del botijo es más deficiente para dar paso a otras motivaciones cerámicas, como la ornamentación y la diversificación. El agua se mantiene fresca porque la energía que consume la evaporación se emplea en hacer descender la temperatura, cosa que no ocurre cuando el botijo se deja bajo un fino chorro de agua, por ejemplo. Por esta peculiaridad, el botijo ofrece la ventaja adicional de que puede identificar las tormentas. En las descargas que se producen durante los días de calor, la temperatura del aire del interior del botijo baja mucho, pero si no hay un cambio de masa, la temperatura del agua no se modifica. Por tanto, un aumento de la temperatura del cántaro puede dar una indicación acerca de si una tormenta es algo pasajero o, con el paso de un frente, anuncia un cambio más profundo. Otro interesante aspecto que estudia la investigación de Linés es la capacidad de enfriamiento debido a la forma y tamaño del botijo. El recipiente más eficiente será el de menor superficie y con las formas esféricas más perfectas, caso del botijo panzudo de León. La peana sobre la que descansa es necesaria para mantenerlo erguido y también para facilitar la evaporación del agua. Material poroso, esencial Es indispensable para que mantenga sus cualidades el hecho de que tenga dos aberturas para la ventilación. También se sabe que enfría más si no está vidriado o barnizado, puesto que la mejor vasija es aquella que tiene una mayor capacidad de transpiración. No está muy documentado el momento en el que aparecieron los primeros botijos, pero ya en la primera etapa del Neolítico hay antecedentes de la cerámica peninsular, que llegó de Asia Menor, quizá a través de Francia. La actividad alfarera se desarrolló muy posteriormente, con aportaciones romanas y visigodas y, sobre todo, durante la invasión árabe. En definitiva, la termodinámica del botijo se reduce a una compleja fórmula relativa a la morfología de la vasija y que se explica -eso para el que lo entienda- en que las cualidades del botijo resultan de la división del área engendrada por la altura del agua y el diámetro de su superficie entre el volumen generado por la rotación del aire. Vaya, que a comprarse un botijo y a presumir de modernos, que es alta tecnología.

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