Diario de León

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GRAN ANFITEATRO romano dicen que pueden ser los restos ovalados descubiertos en un solar de Cascalerías. Así será si así les parece, pero las dudas no andan, galopan. ¿Un anfiteatro en un acuartelamiento fortificado y además el mayor de los descubiertos en la península ibérica?... Va a ser que no. Y no será por ganas de que fuera verdad y de honrarnos con un pasado fundacional de esta ciudad que tuviera algo más de civil y culto y no sólo la estopa mercenaria que lo pobló, tropa bruta antidisturbios establecida aquí para mantener a raya a los indisciplinados y sometidos clanes astures. Mayormente, los restos romanos que afloran en los sótanos de esta ciudad son alcantarillados, cimientos de barracón o bar de suboficiales, muros mordidos y nadita nada de un teatrillo, un templo a Diana, un foro. Las termas, que las hubo, no pasaron de ser las duchas de los jefes. No hay obra civil de interés, no asoma siquiera un capitel ornado, un indicio artístico. Así que es difícil suponer un anfiteatro en algo que no fue ciudad (de realojados y ocupas) hasta el abandono de la legión que lo copaba en exclusiva. Para la tropa no se hace un anfiteatro; menos aún, extramuros. Como todo ejército de ocupación, los romanos no ofrecían programación estable de circo y odeón a sus legiones de etíopes, nubios, eslavos, británcos o astures, que también los había contratados por el invasor de pecho de lata para dejar consagrado el cainismo cazurro que ha sido deporte autóctono desde antes de la pax augusta y hasta la fecha. El esparcimiento de la tropa se resuelve llevando a Marilyn Monroe a Corea, a Marta Sánchez al Golfo o Bob Hope a Vietnam. Para eso no hace falta anfiteatro. Así que ese enigma ovalado debió ser otra cosa. Apuntemos hipótesis de aproximación. ¿Dónde se guardaban los caballos de toda una legión? Eso fue hipódromo, seguramente, picadero para probar ganado y ferial. Los caballos asturcones gustaban a los romanos y Antíoco IV entró en Roma acompañándose de estas menudas y recias monturas. Aquí se mercó el caballo y aquí acudían los lugareños a venderlos. Y a probarlos o domarlos, cosa que pide recinto redondeado. Eso fue hipódromo, almuzara mora. O quizá, como en Lepe, es que hacían las cuadras de caballos redondas para que no les entrara la peste «esquina».

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