Diario de León

LA GAVETA

De León y de Castilla

Publicado por
CÉSAR GAVELA
León

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EN LAS AFUERAS DE SAHAGÚN hay una raya invisible donde, al parecer, el mundo cambia. En las afueras de Sahagún, sobre la planicie de la Tierra de Campos, unas zarzas son leonesas y las otras castellanas. Unas guardan el cálido sabor de lo leonés y en las otras brilla la luz fría de las tierras remotas. En las afueras de Sahagún, sobre el secano, brota de repente la quimera de una aduana. La provincia de León tiene mil kilómetros de fronteras, y dentro de ese cerco vive el cuento raro que detectaron los leonesistas: la sensación de ser distintos. Mucho. Pero no todos los leoneses pensamos lo mismo. En absoluto. Y no nos damos por vencidos, todo lo contrario. Estamos muy conformes con ser leoneses pero también por compartir comunidad con los vecinos de las ocho provincias restantes. Y mucho más conformes aún con ser españoles, sobre todo ahora, cuando ser español está felizmente a salvo de insidias excluyentes y patrioteras. Ahora ser español es ser demócrata y vivir bajo el amparo de la Constitución. Con eso basta y sobra. Y siendo todos ciudadanos nada más, no parte de pueblo alguno. Porque la identidad colectiva, conviene repetirlo siempre, no existe. Es mentira. Es el origen de la violencia, y con esto no quiero acusar a los leonesistas de nada. En absoluto. Los leonesistas, afortunadamente, no son otra cosa que populistas comarcales. Y tienen derecho a serlo, por supuesto. Y también a pasarse a otros partidos, vigilando siempre sus nóminas. Castilla y León llevan juntas mil años, aunque cuando se recuperó la democracia, podían haber derivado en dos comunidades autónomas distintas. Y tal vez ello hubiera sucedido de existir esa voluntad leonesista en Zamora y Salamanca. Pero no había tal deseo, salvo en ámbitos muy minoritarios, y entonces la alternativa de la autonomía leonesa quedó reducida a la provincia nuestra. ¿Tenía sentido esa autonomía? No lo sé. Lo que sí recuerdo es que ya se preguntaban entonces nuestros queridos separatistas: «¿Por qué Cantabria y La Rioja sí, y nosotros nos?» Es un argumento sólido, sin duda, pero muy matizado por la geografía, ya que Cantabria da al mar, está del otro lado de la cordillera, al tiempo que La Rioja se asoma al Ebro. Eran periferias geopolíticas de Castilla mientras que la provincia leonesa está en el corazón del viejo reino unido, a excepción del Bierzo, donde, por cierto, lo de «León solo» a nadie interesó. Curiosamente, el leonesismo arraigó en la parte más «vallisoletana» y «palentina» de León. Ese aspecto acentúa su extravagancia. Castilla y León es el núcleo del estado. Aquí se forjó la idea que acabó logrando la unificación peninsular (con la excepción portuguesa) y aquí parece, pues, lógico, y muy respetuoso con la historia, que exista esta comunidad grande. Con sus nueve provincias poco pobladas y mucho más parecidas entre sí de lo que sostienen los seguidores de la disgregación leonesista. Y sin olvidar que diferencias existen entre todas las provincias, incluso dentro de ellas (¿o no es distinta Sanabria del resto de Zamora; o no lo es la Ávila llana de la Ávila de Gredos? Eso no quiere decir, claro, que León no deba reclamar con toda la razón y la energía posibles sus derechos. En Valladolid, en Madrid y en Bruselas. Exigir lo suyo, no aceptar ninguna discriminación, reivindicar su historia propia, su etnografía. Pero sin perder la perspectiva, que siempre ha de llevarnos a mirar hacia el futuro. Hacia la Unión Europea en marcha, y hacia la propia España, amenazada por asesinos y ladrones. Porque ahora sabemos, tras los sucesos de El Carmelo, que el nacionalismo puede ser, también, un mecanismo para esquilmar al ciudadano. Y es que no les basta a sus voceros con falsificar la historia, con perseguir al castellano (vano intento) y con defender a parlamentarios vinculados a bandas armadas.

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