Diario de León

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NI FRAGA ni el Papa piensan dimitir. Haya calma en el banquillo de reservas, sujétense los desasosegados que vienen empujando o intrigando en el escalafón. ¿Por qué no habrían de seguir en sus trece y en su imperio? En el caso del Papa no hay vuelta de hoja; así ha sido en veinte siglos de Iglesia porque los papas siempre mueren con las botas puestas, o sea, sin quitarse las babuchas de seda, porque con sandalias no recordamos más que a uno; y con el anillo en dedo tieso hasta su lecho de muerte que, para confirmar la tradición, debería estar en los aposentos papales, en palacio. Morir en la sexta planta de una policlínica es vulgarizar el solemne tránsito del vicario de Cristo a los divinos candelorios que presiden el juicio del Padre. Un papa debe morir en el Vaticano, junto al solio de san Pedro y mirando a la Gloria de Bernini. No está bien hacerlo en Avignon, en Peñíscola o en Cracovia, que es lo que ocurriría si a Juan Pablo II le jubilan o abdica (abdicar no parece verbo al caso, pero un papa es también monarca con tiara de tres coronas). Y piensa el santo padre que no ha de abdicar, que dimitir es traición al mandato y al ejemplo de sacrificio que comporta muerte y entrega. ¿A quién le preocupa tanto que este papa quiera hacer exactamente lo mismo que todos sus antecesores? ¿A quién le ofende la contemplación de ese estrepitoso declinar la vida, la pérdida de facultades, esos gestos de garabato con hilillo de baba en los puntos suspensivos? Así es la vida, esto es, la muerte. Dicen que es indigno hacerle esto al Papa, obligarle a soportar la insufrible vaticanería de ritos, audiencias y sermones. Dicen que están obcecados en mantenerle a toda costa en pie, o sea, sentado, a base de artillería farmacéutica. Parece más bien lo contrario, porque crece entre el cardenalato el criterio de urgir esa dimisión. Cosas del escalafón. La política vaticana lleva muchos meses trabajando para la ocasión, que cada día parece más próxima, Dios y traqueotomía mediantes, así que no parece desatinada la terquedad de Wojtyla en citarse con la muerte en el tálamo pontifical contrariando a tantos que, movidos por compasión o impaciencia, están urgiendo su retirada a un asilo de expapas que nunca se construyó. ¿Por qué quieren esconder la muerte, si es el momento cumbre de su fe?... Porque les parece obscena.

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