Diario de León

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FRAGA, tampoco. Que no se va. De sus iluminaciones no dimite. La gallegada populariña en los Madriles del poder reburdia ante este copar todo futuro. Fraga no deja mover banquillo. Fraga. como Wojtyla, se ve tocado por el destino y mandatado por la providencia para salvar el mundo y, de paso, a todo lo que se mueva en él. Hasta el último aliento. Morirá también con las botas puestas, que parecen sandalias de pescador por lo que pontifica, aunque son en realidad botas altas de pescar en los ríos revueltos de la derechona que van a dar a su mar, porque Fraga es un océano (proceloso, se dice en retórica), océano que pasa de la siesta de la morsa a la galerna en cuanto se ponen a cantar los percebes aquello del «Veni creator Rajoy». Igual que Wojtyla, también el declinar de Fraga mueve a cierta compasión, que en realidad no es lástima, sino impaciencia y desasosiego entre quienes ofrecen su culo para calentar poltrona. Hay días en los que se le ve baldado. Se amodorra en ceremonias espesas y comparecencias largas o se le desploma su mole por una lipotimia como a Franco aquella vez que estaba jugando al golf en La Zapateira dos años antes de palmarla. Fraga anda como un mastín con displasia y se bambolea más que un carro de ballestas sobrecargado de hierba. Le han recordado que está en edad de cuidarse, de sopitas de agua bendita y de albariño, si el médico no está mirando. Le han hecho puentes de plata uno tras otro y Fraga decide continuar por abajo, por la mitad del río. Le tienden celadas, le arman conjuras y cada vez que intentan matarle, le resucitan como si le chutaran con una manguera de gerovital; entonces les amenaza con dos legislaturas más y queda flotando en el aire un «toma del frasco, Cuiña» o un «chúpate esa, Anita», que le dicen a la pastorcilla. En la mili se entiende la antigüedad como grado, pero en política se toma siempre como un bloqueo jurásico a quienes vienen detrás arreando. Incomoda ver viejos en un trono. Ocurre esto desde antes de Zaratustra, pero en toda cultura política hubo siempre un consejo de ancianos (senatus viene de senior). Si en la ciencia y en el arte nadie niega la fecundidad creativa y la potencia intelectual en horas crepusculares, ¿por qué en política se urgen jubilaciones? Claro, que tampoco Fraga es el mejor ejemplo.

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