LITURGIA DOMINICAL
La piscina de Siloé
UN HECHO puede ser interpretado de formas diferentes. Los medios de comunicación nos ofrecen todos los días mil ejemplos. Unos ven el acontecimiento como un signo positivo para la humanización de este mundo. Y otros lo critican simplemente porque no favorece a sus inte reses pers onales o de partido. Los ejemplos podría multiplicarse hasta el infinito. Un gesto de generosidad que beneficia a un grupo de personas. La presencia de una Organización No Gubernamental en el lugar de una catástrofe. La enfermedad del Papa. Al leer los comentarios de unos y de otros nos parece encontrarnos ante acontecimientos diferentes. El evangelio de hoy nos sitúa ante un caso semejante. Jesús da la vista a un ciego. Su reacción está llena de fe y gratitud. La de los fariseos que conocen el hecho está llena de objeciones y resentimientos. Saber y no saber La semana pasada, el evangelio nos llevaba al pozo de Jacob, en Samaría. Hoy nos invita a acercarnos a la piscina de Siloé, en Jerusalén. Nos encontramos de nuevo con el signo del agua. En un caso, el agua calmaba la sed y ofrecía la vida eterna. En el otro, el agua da la vista a un ciego de nacimiento (Jn 9, 1-41). El relato juega con las contraposiciones. Jesús cura al ciego con barro que generalmente nos ciega. Los que ven al ciego curado dudan que sea el que ellos conocieron como invidente con tal de no aceptar el prodigio, pero él afirma ser el mismo. Los fariseos critican a Jesús por haberlo curado en sábado, día de descanso sagrado, mientras el curado proclama que es un profeta. Los fariseos «saben» que Jesús es un pecador. El curado «no sabe» eso, pero sí sabe que le ha dado la visión. De forma más llamativa aún se contrapone un saber a otro. Los fariseos reflejan la ignorancia de su pueblo ante el Mesías al decir: «Ése no sabemos de dónde viene». El ciego se hace eco de la sabiduría que otorga la fe a los seguidores de Jesús: «Sabemos que Dios no escucha a los pecadores¿ Si éste no viniera de Dios no tendría poder alguno». No es extraño que termine confesando su fe en el que le ha curado. Luz del mundo En este relato estupendo sobresale una frase que, a pesar de ser tan escueta, resume la grandeza del signo: «El ciego fue, se lavó y volvió con vista». Un momento de silencio nos haría descubrir la hondura de esa observación. - No es fácil orientarse en la vida. Todos nos ofrecen recetas y soluciones para todo. Pero con frecuencia nos confunden. Vagamos ciegos por el mundo. Cada uno de los creyentes en Jesucristo ha recibido el baño de las aguas bautismales. La fe que profesamos en el bautismo nos libra de nuestra ceguera. - La misma comunidad de los cristianos ha perdido a veces su horizonte. En esos casos, lo peor que le puede pasar es perder la esperanza y creer que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero no le está permitido aceptar la ceguera como un destino ineludible. El agua del «Enviado» por Dios nos devolverá la claridad para caminar. - Los no creyentes no tienen más luces, por mucho que presuman de ellas. Basta ver los resultados a los que nos llevan los «iluminados». Muchos que alardean de su claridad no hacen más que sembrar una confusión que termina por marginar a los pequeños y a los débiles. La verdadera luz aumentaría en el mundo la paz y el amor. Señor Jesús, luz del mundo, ten piedad de nosotros y ayúdanos a ver el camino que tú nos señalas con tu palabra y tu ejemplo. Amén.