Diario de León
Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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COMENZABA YO, apenas cumplidos los ocho años, a interesarme por los libros. Y en la búsqueda de aquellos que más convenían a la salud de mi entendimiento y mi mejor conocimiento del mundo, (porque todo lo que de verdad interesa viene en los libros, me decía mi abuela la herrera) di con un libro muy especial. Se titulaba Hambre y el autor, pro más que europeo al margen de mi particular geografía, Knut Hamsum, poco más menos, se titulaba precisamente con el anuncio de un contenido que me parecía a mi significativo de lo que el mundo ofrecía: los pobres limpios de corazón. No diré, ni mucho menos, que entonces, (corrían los tiempos del año 15, todavía humeantes las tierras de la guerra), los pobres que éramos pasáramos hambre propiamente dicha, pero nos sabíamos pertenecientes a una clase, a una condición social a un destino en el cual la pobreza era una forma de estar, de ser y de entender la vida. Y nos decíamos por consolarnos: «Lo bueno que tienen los ricos, es que nunca llegarán a pobres». Y aunque se nos predicaba aquello del camello y del ojo de la aguja para conseguir una entrada en el Paraíso, lo cierto es que acabábamos por sentirnos arrebatados por la resignada desesperación de las hambres múltiples que nos acosaban». O séase, dicho sin más preámbulos: el hambre venía a ser, era y sigue siéndolo, una condenación. Y lo peor es que la pobreza resulta tan mala consejera que incluso los ricos ociosos se esfuerzan de vez en cuando por demostrar que hasta ellos están dispuestos a sacrificarse por acabar con el estigma social de la pobreza. España no es lo que se dice un país rico, pero, afortunadamente, tampoco es un país pobre de los que la Conferencia Iberoamericana de la Infancia se ocupará en León y precisamente durante algunos días del mes de septiembre. Lo anuncia esa afanosa leonesa de pro Amparo Valcarce, erigida en portavoz, en animosa pregonera de uno de los episodios de la historia moderna leonesa de mayor calado moral, mediante el cual se pretende colaborar activamente en la erradicación de la pobreza entre los niños y jóvenes iberoamericanos. Y nos ha faltado tiempo para enhebrar estas líneas de gratitud y de aliento a fin de que el impulso social que mueve a la secretaría de Estado de Asuntos Sociales, Familia y Discapacidad, cuya titular es la berciana Amparo Valcarce, no decaiga precisamente en este momento universal en la que masas humanas hambreadas asaltan reductos de privilegiados para conseguir convencer a la sociedad de que no puede implantarse ningún estado de paz y de justicia, si no se consigue eliminar el hambre de todos nuestros esquemas, ya sean políticos, religiosos y culturales. Y no es por dramatizar, ni mucho menos por emborronar la página política, pero el hambre existe, el hambre es el problema prioritario que debe preocuparnos. Por el hambre, señoras y señores, puede rendirse el mundo. No se trata de nombrar otra comisión que se encargue de estudiar las fórmulas para rescatar a la infancia de la miseria del hambre, ni por supuesto de creer que abriendo un pozo en Afganistán o enviando una maestral Congo el hambre va a anularse porque el hambre crea mundos de tristeza. Que las tristezas ¡ay! -como diría el famoso caballero de la Triste Figura creado por Miguel de Cervantes- «no se hicieron para las bestias, sino para los hombres».

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