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CRÉMER CONTRA CRÉMER

Figuras de la Pasión

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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SUENAN LOS tambores de la Pasión y el clarín anuncia que es llegado el tiempo de las recordaciones, cuando el Hombre era apresado y juzgado y martirizado y muerto. Nunca se dijo quienes fueran los promotores verdaderos de tan enorme crimen, pero los poetas, que son los que de verdad pugnan por descubrir los misterios del mundo, dejaron dicho aquello de «gemid, humanos, todos en Él pusisteis vuestras manos». Y en la ciudad católica y sentimental comenzaron a tenderse los paños sobre los altares barrocos y se entregaron las buenas gentes de las cofradías y hermandades a repetir el rito. Cristo atado a la columna, la Virgen de mi calle con el cuerpo del Hijo entre los brazos, y los penitentes conmovidos y llorosos recorriendo con los pies descalzos la ruta de la Pasión. Al frente de la comitiva, los hombres emblemáticos del clarín, el tambor y la esquila. En la amanecida del día del mayor dolor, los cofrades se han reunido para dar el adiós a los supervivientes de la agonía de Getsemaní. Y comen y beben manjares pasionales y vinos de azufre. Luego, todos se echan a las calles del silencio llamando al resto de los hermanos para la gran concentración de la Muerte. La ciudad detiene por algún momento, el fluir de la sangre y queda blanca y sin pulso... Más tarde, se rifarán las vestiduras y se le negará, no tres sino trescientas veces, antes de que cante el gallo. Siguiendo el camino de la sangre, las heroicas mujeres de Jerusalén rezan y lloran y siguen el rastro hasta el momento de las cruces, donde se preparan los maderos destinados a los ladrones. «Conmigo serás en el Paraíso», asegura el santo moribundo desde su cruz, dirigiéndose al miserable compañero. Y lejos, acaso, suenan las gloriosas campanas parroquiales anunciando que el Cristo se ha hecho finalmente carne mortal. Y por entre el rumor de la muchedumbre se escapa la saeta: Con tus bellos rosetones, más rojos que la sangría del costado redentor, alumbras en los balcones al Cristo de la agonía, que pasa en las procesiones al redoble del tambor. Vocifera pie de la muralla de los romanos, una multitud alumbrada y borracha, llevando en andas, bamboleante a Genarín, el pellejero y dicen versos y suenan músicas como de danza ritual. Es la Semana Santa. El día de «La Berna» y de Aixa la Hebrea y del Bemoles. Los penitenciales desfilan y mientras se ajustan el capillo. Mujerucas del pueblo, que no acaban de entender el misterio, encienden los velones y siguen el paso y el ritmo impuesto. Acaso, quién sabe, tal vez, el Obispo ocupa su puesto en la presidencia y se une a las plegarias. Es la Semana Santa de la fiesta de la Pasión. No cabe una más cruel contradicción.Es día de llorar sangre, de romperse las vestiduras, de cubrirse de negro hasta el alma. Y por un misterioso fenómeno, este tiempo es también, o sobre todo en la actualidad, el de la alegría del vino y del gozo de los viajes de placer y del júbilo de una sociedad que tal vez, asesina a sus Cristos para enterrar sus culpas. La Semana Santa ha venido y nadie sabe ya para que ha sido.

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