Diario de León

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LOS CUERPOS, para conocerlos de verdad, hay que sajarlos con un bisturí linterna y leer allí sus entrañas con vista docta, escudriñando, como hace el relojero cuando cuela su anteojo por entre espirales y dientes de ruedecilla. El ojo de un buen cubero vale para calcular cuántos cántaros tiene un bocoy medio lleno, pero nunca para palparle al alma al vino y averiguarle sus madres o sus vinagres. Luis no era cubero ni nunca me dio Anatomía desde su cátedra veterinaria, pero me enseñó a colar el bisturí en el pellejo de las noticias o en la abultada barrigona de lo cotidiano, esa que delata que algunos días vienen preñados de nadie sabe qué. Luis era la norma del ver para creer o, lo que es más sutil aún y más científico, del ver para no creérselo todo. Era ojo crítico con su lupa de inconformista. No tragaba fácilmente lo que viene dado desde arriba o lo que llega rodado desde un lado. Durante un montón de años compartimos el café de mañanita y la breve charla del sobredesayuno, así que yéndose me deja viudo el ameno conversar que nos nutría y la banderilla irónica de fuego que hay que petarle tras el morrillo al morlaco amodorrado para que salga de su lentitud o su resabio. A don Luis García le sobrenombraron Palabras por certificar su inclinación natural al averiguar y al explicarse; y también por distinguirle de otro Luis García, veterinario que me toca de cerca y con quien compartió facultad o destinos pecuarios en una densa e intensa biografía profesional. La palabra es el don que los dioses dieron al hombre para que se creara a sí mismo e inventara el mundo, así que Luis Palabras honraba al verbo y soñaba mundos desde que salió de su Parana asturiana a pie de puerto y se hizo leonés, se hizo del mundo de las ideas libres y se hizo del Barsa, porque era culé hasta enlutarse los lunes de desgracia o vibrar como ahora lo debía estar haciendo en esta revancha barcelonista que empuja a los madriles enmerengados al averno y al crujir de liga. Una muerte emboscada en la dolencia le fue segando hermanos, paisaje y su sonrisa, pero quiso irse con una elegancia inusual y sin contaminarnos de tristeza o fatalidad, serenamente, muy en silencio. Ahora los dos Luis García andan juntos y estarán planeando alguna majada para los rebaños de ángeles.

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