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Cosas de aquí | Llegan los saltimbanquis

Un circo como los de antes

La saga de los Raluy, Premio Nacional de Teatro y fieles seguidores del espectáculo que hacían sus ancestros, visita por primera vez León dentro de su gira mundial

Hay una función de martes a jueves, dos los viernes y domingos y tres los sábados, hasta el día 27

Publicado por
E. Gancedo - león
León

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La verja de madera, primorosamente pintada, que rodea las instalaciones itinerantes del Circo Raluy delimita también un mundo que pertenece ya al pasado, a la historia del mundo del espectáculo. Franquearla es como entrar en la máquina del tiempo, toda una aventura. Fuera están los lunnis , los digimon y los Aquí hay tomate . En cambio, dentro está el señor Steven con su grupo de gatos amaestrados y sus loros sabios; los hermanos trapecistas Le Triple (los trillizos), uno alto, otro bajo y otro regordete; también los equilibristas rusos que hacen el famoso «número de la escalera», ascendiendo unos peldaños que no se apoyan en parte alguna; y muchos otros artistas, feriantes y tirititeros. Todos ellos viven en carromatos de vivos colores, que datan de los primeros años del siglo XX, tirados por camiones antiguos que no corren mucho más deprisa que las parejas de caballos de siempre. «Esto es como un pueblo», dice Carlos Raluy, en referencia a la mezcolanza étnica, geográfica y virtuosística que forman los vecinos de esta villa sobre ruedas. «En lo único que nos diferenciamos es en que no tenemos código postal», rectifica. Y todo este trasiego de toldos, carpas, mallas ajustadas y miles de ensayos y funciones que abarcan desde la alborada al anochecer comenzó allá a principios del siglo pasado con Francisco Raluy, el abuelo de los actuales propietarios, que se dedicaba a recorrer con su fiel cabra las plazas de la Cataluña rural. Andando el tiempo, el primero de los Raluy artistas se hizo con un oso, que despertaba más interés y emoción entre el respetable. Después, con su hijo, llegarían los carromatos, payasos y trapecistas para formar aquello que en los años veinte llegaría a ser un verdadero circo, show considerado entonces como «el mayor espectáculo del mundo». Pero (afortunadamente) ahí se quedó. Sin grandes animales metidos en jaulas, ni leones, ni elefantes, ni referencias televisivas: todo continúa teniendo el mágico y sugerente aspecto de lo auténtico, entre lo cómico y lo trágico, entre los Hermanos Marx y Charles Chaplin. El Circo Raluy también tiene el payaso que toca la concertina y que hace llorar, y la niña que le acompaña y le dice que el espectáculo ha terminado.

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