EL PULSO Y LA CRUZ
Amor hasta el extremo
AYER comenzaron los desfiles procesionales de la Semana Santa en varios lugares de nuestras diócesis. En particular, tuvo especial relevancia -y además acompañó el tiempo- la procesión de Ntra Sra. la Antigua del Camino que sale, el ya mal llamado «Viernes de Dolores», por el entorno de la parroquia de Ntra. Sra. del Mercado, en la zona antigua de la capital. Y digo mal llamado Viernes de Dolores, porque el día de ayer es ahora sencillamente el Viernes de la V Semana de Cuaresma y basta, porque la fiesta de la Virgen de los Dolores está situada en el calendario actual el día 15 de septiembre. Y es que en algunas cosas se nos ha parado el reloj. Procesiones, que no desfiles A lo que íbamos: que ayer empezaron las procesiones -que seguirán hasta el Domingo de Pascua- y que mañana empieza propiamente la Semana Santa, con el Domingo de Ramos. La pena es que las referencias a esto último estén condenadas a aparecer exclusivamente en esta página de Religión. En los demás espacios de los medios de comunicación y en la calle se hablará de días de descanso, de vacaciones en la nieve o de viajes exóticos. Serán horas en que, para muchos, se abre la oportunidad de «matar unos judíos» por el Húmedo o por los bares de rigor, de levantarse más tarde de lo acostumbrado, de trasnochar algo más -si cae, hasta con la «movida» de Genarín-, de hacer alguna escapada y de esperar a que se vuelva a la vida ordinaria, pasados unos días. Si no fuera por las procesiones callejeras ¿se notaría que estamos en Semana Santa? La mayor parte de los que nos leen dirán que sí, porque para ellos esta semana sigue teniendo valor y fuerza de evocación del mayor Misterio. De Amor, claro. Que es la razón de tanta fiesta. El Misterio del Amor que Dios nos tuvo y nos tiene. De su corazón paternal brotan los acontecimientos de estos días. La Semana es Santa porque nos ofrece la posibilidad de acogernos a la santificación que se desborda de lo alto de la cruz en que es clavado Jesucristo, el Hijo de Dios. Él, con su Misterio Pascual -Pasión, Muerte y Resurrección-, es el que nos santifica, es decir, el que nos abre -o reabre- las puertas para que podamos entrar en la intimidad de Dios, a disfrutar de la condición de pertenecer a su familia y del regalo de ser sus hijos queridos. Este Misterio de Salvación es el que se escenifica, desde luego, en los desfiles procesionales. Pero ¿por qué no decir, a secas, «procesiones», el término propio del lenguaje cristiano? ¿No les parece que «desfile» suena a otras realidades; de modelos, por ejemplo? Y se escenifica, todo hay que reconocerlo, con dignidad, siempre susceptible de mejora a poco que se lo propongan los responsables inmediatos. Mas no se debe olvidar que lo que sólo es puesta en escena en las procesiones callejeras, se hace realidad objetiva en las celebraciones litúrgicas, en especial en el Triduo Sacro de la Cena, la Muerte y la Vigilia Pascual de la Resurrección del Señor. Ahí está lo importante: en la Liturgia, sí, se evoca el pasado, pero sobre todo se actualiza lo ocurrido: bajo el ropaje visible de las celebraciones late, créanme, la realidad invisible de que en esos días se renuevan entre nosotros y para nosotros la pasión, la muerte y la resurrección. Misterio de Amor No faltará postmoderno que haga ascos de todo esto, sólo por la razón de que hay demasiada sangre. «Demasié p'al body». Y es verdad. Pero tras los escarnios y la muerte terrible de Jesús de Nazaret se cuece el misterio de un amor tan fuerte que lleva a apechugar «con lo que sea». Esto es lo que hay que descubrir. Y que celebrar. Nos amó tanto que fue capaz de abrazarse a las torturas y a la muerte por sacarnos de las miserias en que andamos atollados. Todo se incardina en el amor. Y no me digan que éste no tiene lugar en las hornacinas de los dioses postmodernos. Jesucristo vivió fascinado por el Padre y por su plan de liberación sobre los humanos, que no tuvo más remedio -nada hay más fuerte que el amor- que arrostrar con lo que le viniera. Y le vino y de qué manera. Desde entonces sólo vale la pena no lo que se hace con costas y con dolor, sino lo que nace del amor. «Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo».