LITURGIA DOMINICAL
El talante del borrico
LO DESATARON con calma y respondieron serenamente al dueño, que les preguntaba por qué lo hacían. El Señor necesitaba aquel borrico. Esa era la única razón para tomar a préstamo al asno de Betfagé. Gracias a él iba a ser posible la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. José María Pemán dedicó un hermoso artículo a este asnillo: «Creo que el burro fue, aquel domingo ostentoso y teatral, el personaje más comprensivo y reticente: el que estaba en más desengañada connivencia con el divino jinete que transportaba». Jesús sabía bien que su entrada en Jerusalén no equivalía a un triunfo político. Por algo lloró sobre Jerusalén. ¿Y el borrico? «Seguro que marchaba aquel domingo sin entrar, como los caballos de sangre, en complicidad con la ruidosa escena». A los ojos del poeta, tanto el burro como su jinete entran en la ciudad con un talante muy distinto al que protagonizan los discípulos y los fariseos. Los discípulos «andaban esperando que muy pronto el asnillo se convertiría en caballo y las palmas y olivos en lanzas y machetes». Los fariseos, entre tanto, conspiraban y planeaban la muerte de Jesús y la de Lázaro, su amigo. La visita de Dios En este año leemos este relato según la versión del Evangelio de Mateo. Como es habitual en este escrito, el hecho se explica mediante la alusión a un antiguo texto profético. En este caso, la cita está tomada del libro de Zacarías: «Decid a la hija de Sión: mira a tu rey que viene a ti, humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de acémila». ¿Qué significa esta cita? - En primer lugar, se afirma la dignidad real de Jesús, presentado como el Mesías de Dios esperado por las gentes. - Además, en él se subraya la humildad y mansedumbre de los pobres, que habrían de constituir el núcleo del pueblo de Dios. - Por último, Jesús entra en la ciudad sobre la montura que usaban los antiguos príncipes de su tierra. La «hija de Sión», es decir, la ciudad de Jerusalén, habría de alegrarse por la llegada de su Rey y Señor. Con ella se hacía visible la «visita» de Dios a su pueblo. Era la manifestación de la gracia y la misericordia de Dios. Y también, la gran oportunidad para la conversión de las gentes hacia su Dios. El enviado y el que envía Durante el cortejo, las gentes repiten las aclamaciones con las que la ciudad solía acoger a los peregrinos que llegaban a sus puertas: ¿ «¡Bendito el que viene en nombre del Señor». Decían más de lo que sabían. Jesús era en verdad el enviado por Dios. Con este grito se acogía al peregrino por excelencia. El no venía a buscar la santidad a su ciudad, sino que le ofrecía el verdadero camino para la santidad. ¿ "¡Bendito el que viene en nombre del Señor". Esta aclamación, dirigida a Jesús, distingue a los cristianos de todos los demás creyentes. En todas las religiones hay un atisbo del Absoluto. Pero reconocer a Jesús como "el enviado" de Dios es la clave de la fe cristiana. ¿ "¡Bendito el que viene en nombre del Señor". Con todo, el cristiano ha recibido la luz para reconocer en cada ser humano que encuentra en el camino a alguien que viene a él en nombre de Dios. Acoger al enviado es un signo de la fe que nos une al que lo envía. - Señor Jesús, tú vienes a nosotros como mensajero de la paz. Que tu visita no nos pase inadvertida. Que sea para nosotros un signo de gracia y de esperanza. Amén.