CRÉMER CONTRA CRÉMER
Madre, yo quiero ser alcalde
TODOS QUEREMOS, querríamos ser alcaldes de nuestro pueblo. Don Francisco Fernández quiere volver a ser alcalde. Don Mario Amilivia quiere ser alcalde. A don Javier Chamorro, seguro que le gustaría ser alcalde. Y lo que sin duda perseguía encarnizadamente el señor De Francisco era conseguir ser alcalde, que bien cerca de ello estuvo. Estos son nombres que barajamos no porque sepamos si estos dignos candidatos a la alcaldía hayan hecho confesión pública de su deseo o vocación, sino porque al repasar el índice de los posibles, hemos topado con estos ilustres vecinos, que sin duda tienen o deben tener tantos derechos como los que más. Todos queremos ser alcaldes. De modo, que teniendo en cuenta que apenas dentro de un par de años con sus respectivos meses y días, se producirá la nueva representación de la pieza más o menos teatral de las elecciones, todo el mundo comprometido en ello ha comenzado a salir del armario político para gritar desde la plaza pública: «¡Eh, señoras y señores, niños y militares, que estoy aquí para servir al pueblo y a mi modo de ver y después de comparar creo que soy el mejor!». La señora doña Isabel Carrasco, que es la que manda en el partido de los populares se ha adelantado a las candilejas para advertir a los «presuntos» que no vale anticiparse, que no siempre por mucho madrugar amanece más temprano, aunque también haya de tenerse en cuenta de que el que pega primera pega dos veces. Y aquí en este juego nadie quiere perder el tren. Porque el que lo perdiera, se queda en el andén para los restos. Y aquí no se engaña a nadie: todos van a lo mismo, a ocupar los estrados, los escaños y los despachos municipales y provinciales que es desde donde se gestan y se crían las ideas que, según todos y cada uno de los llamados por respectivo partido, trabajarán hasta el sudor de sangre por León, porque según la horterada publicitaria de uno de los bandos todavía en el mando, «Hacemos León». Lo que nos mueve a la espeluznante interrogante: «Hacen León, ¿para qué? ¡Para quién? Esta es la cuestión, que dijo Guillermo el inglés de Hamlet. Y conviene advertir que a ninguno de los probables se le ha ocurrido la elemental y sanísima idea de informar de la composición de cada uno de los grupos que habrán de asumir la responsabilidad de la gobernación de la ínsula. Porque, como diría Sancho, con licencia de su señor Don Quijote, de la sabia y oportuna elección de los colaboradores depende el éxito de la gestión y está probado hasta la saciedad de que en León, por ejemplo, no se ha sabido elegir los colaboradores más eficaces y más honestos. Y ello, por mucho que se empeñen en demostrar lo contrario con invenciones es lo que produjo el naufragio de aquel y de este Ayuntamiento y el que continuará apareciendo como el principal responsable de la gran derrota. Por un descuido tan tonto como el de escoger a tiempo lo que mejor conviene a la mayor gloria y salud del poblado se hundieron gobiernos, desaparecieron ilustres mandones que parecían eternos y acabaron en el ostracismo los que parecían los más listos de la parroquia. ¡Repasen ustedes, señores de la sala, la historia política de los últimos tiempos!