CRÉMER CONTRA CRÉMER
Los putrefactos restos de la Real Colegiata
Parece ser que los descubrimientos que se están produciendo en el recinto sagrado de la Real Colegiata de San Isidoro, donde, según el cronista se guardaban los huesos de las damas más hermosas de la época, están levantando grandes expectativas, nunca se sabe si porque los desenterradores de piezas históricas efectivamente sehan dado en sus investigaciones con algún objeto real y verdadero, digno de ser conservado como reliquia de nuestro pasado, o si se trata de meros putrefactos, sin identificar, elevados a la categoría de miembros importantes de la realeza leonesa que conviene rescatar, limpiar y dar esplendor para que no se nos borren las huellas del paso alegre de la paz y de la guerra. Con las imprescindibles licencias de sus abades y miembros del cabildo, he de confesar que salvo a beneméritos buceadores en el mar proceloso de nuestra historia, a los leoneses y no digamos que a los españoles en general, les tiene con poco cuidado la milagrería que estos restos pudieran promover, dado que los Bermudos, los Ordoños, los Alfonsos, Urracas y Berenguelas han sido ya definitivamente estampadas y olvidadas en los libros para especialistas. Si a nuestros ávidos estudiantes de la biografía pátria les preguntais por los reyes que tantísimo emocionaran a Don Filemón de la Cuesta, aquel esforzado canónigo metido a historiador, lo más seguro es que ensayarían una sonrisa de conmiseración y os mirarían como seres para el desguace. Los iconoclastas del año veinte de nuestra generación todavía, calificaban a estas resurrecciones como la de los levantamientos de los putrefactos, o sea personajes o memorias ya caducadas y podridas. Y es que entre leoneses, más o menos liberados, en las fosas del panteón isidoriano ya no quedan huesos verdaderos de aquellos personajes o si alguna todavía se resiste a volver a los orígenes («que de la tierra vienes, a la tierra volverás) estará sin duda en tal situación, que ni la ilustrísima madre que les pariera podría reconocer su huella. Que todavía se mantenga activa la curiosidad por nuestros muertos coronados, nos parece un mérito que debemos respetar, pero, claro, no a cambio de que nos entreguemos a esta investigación inútil y en ella gastemos millones de maravedís, mientras centenares y tal vez millares de leoneses originales o llegados en patera, anden arrastrando el culo por los sembrados para conseguir comer, trabajar, amar y tener hijos. De vez en cuando le brotan al Ayuntamiento por ejemplo o a la Diputación que también es muy histórica, la idea de levantar, en el centro de las plazas más señeras de la ciudad la efigie en pie o sentado, de uno de estos reyes de los cuales no quedan ya ni memoria y por los despachos y pasillos de la Casa de la Moneda de Ordoño el segundo, permanecía en un rincón el proyecto de una estatuaria con rey sentado, que movía a penar por tanto absurdo compartido. La historia, mi querido Don Antonio, es muy suya y no cede ni a los halagos de los historiadores chirles ni a las zalemas orientales de las corporaciones. La historia ya digo es muy suya y nos dice que vinieron los franceses, los ingleses y algún que otro canónigo benemérito, dispuesto a salvar los tesoros de la Colegiata y desapareció hasta el copón de las grandes solemnidades. Que ya lo advirtió el maestre Manrique: Esos reyes poderosos/ que vemos por escrituras ya pasadas/ con casos tristes llorosos fueron sus buenas venturas/ trastornadas.