Diario de León

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PONFERRADA es Ponferradio porque Luis es un turrión contumaz con su gente y con su sitio y un día se empeñó en establecer en la vieja Pons Ferrata la capita española de la radio durante una semana intensa de cita y fiesta, días preñados de nombres ilustres y hallazgos ilustrados. La Puente Herrada se convierte en la capital del Reino de la Radio, así que aquí se traslada toda la corte de la nación radiofónica y un nutrido cortejo de gente embajadora para que esta semana ponferradina sea como un Le Mans ininterrumpido, a lo bestia. No se tiene noticia de cosa tal en otro lugar. Hay muchas horas de micrófono, hay encuentro, debate, mesa y mencías conversados... y hay tal fiestón de cierre, que hasta la Virgen de la Encina agita el reojo entre tanto elenco famoso ensayando una sonrisa por ser esta la semana de aleluyas y laetares, regina coeli... y regina undis, también, de las ondas; que la proclamen. Pero esta semana grande, esta esperada concelebración, tiene este año un gran hueco que a muchos se le abrirá en el recuerdo y a Del Olmo en las tripas. No estará Ignacio Linares, que ya es en sí mismo las tres cuartas partes de la historia de la radio en el Bierzo. Linares era su otro yo en Ponferrada, su memoria y su amigo. Luis era su hermano. Ignacio fue un enamorado obrero de la radio de los que ya no quedan porque se rompieron los moldes cuando nacieron. Su vida casi no fue otra cosa que la radio; y la radio fue su casa; y su familia fue radio, que ahí velan la ilusión y prosiguen la herencia su mujer y sus hijas. Hizo Linares mucha radio en Ponferrada en aquellos años con aquellos medios que no eran ni cuartos y con aquellos mandos y bandos, que eran corporaciones municipales o delegados gubernativos subidos a la chepa y dictando la sintaxis. Esa radio que hacían Luis o Ignacio tenía entonces mucho de heorica y ejemplar. Luis alargó después su voz desde estudio barcelonés y Linares se clavó a su solar, hasta el punto de acabar siendo ese familiar cercano que se colaba en todas las cocinas bercianas (que rima con hertzianas) y allí le invitaban a echar horas desde aquel transistor colocado sobre la trébede. Treinta años le traté y este fue siempre el inicio de cada encuentro: ¡Linares!... ¡Pedrín!... y aquella sonrisa suya franca y sagaz de quien se alegra realmente de verte.

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