Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Despacio y buena letra

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VICTORIANO CRÉMER
León

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En mi libro de familia se hace constar que nací de padre ferroviario y que cuento en mi haber con un hijo también ferroviario. Item más: Solamente por la falta de influencias fui privado yo mismo de ser incluido, tal vez como factor (que era un título muy estimado) en la extensa nómina de aquellos ferrocarriles que daban en llamarse Caminos de Hierro del Norte de España. Parece ser, según mi abuela, la herrera, que aquellos caminos tenían dueño, como la mayor parte de los bienes de este mundo, y que el dueño era una compañía francesa. O algo así. Aquella dependencia de los franceses turbaba la serenidad de la familia ferroviaria, porque a la hora de las reclamaciones nunca se sabía a quién sería mejor dirigirse: si al cacique de turno o al obispo de la Diócesis. El caso es o fue que la compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España no eran de España, como, por cierto, tampoco lo eran entonces ni la Telefónica ni las minas de Riotinto. O como ahora los enclaves aeronáuticos de Morón, de Madrid, de Zaragoza y de donde hiciera falta. De modo que cuando observamos la oscura manipulación que se opera para dejarnos sin trenes, sin talleres y sin estructuras, la verdad es que nos sentimos injuriados. Hace ya muchos años, recién incorporado el que suscribe y su manada a la vida activa leonesa, se mencionaban los talleres de la RENFE como una demostración del brío industrial de la ciudad y cuando, en una de esas martingalas tan eficaces que se gastan en Valladolid, los tales y los cuales talleres fueron desgajados, partidos, diseminados, León se quedó sólo con un martillo y un soldador, dicho sea como metáfora. Y de aquella nómina de más de mil obreros y empleados, incluidos los factores, mi meta social, hemos quedado, a todos los efectos, en poco más de cien. Desde muchos ángulos de la mala estrella leonesa han surgido algunas voces reivindicativas, denunciando que a este paso y si no se encuentra una fórmula adecuada a nuestras necesidades, León se quedará sin gente. Sin gente ferroviaria y por añadidura sin gente con oficio y beneficio. Esta situación alarmante y los profundos e inalterables silencios de nuestros ilustres políticos, presidentes, alcaldes, senadores, subsecretarios, delegados y demás gente de buen vivir, agravan la enfermiza sorpresa que padecemos, sobre todo cuando observamos cómo, quienes debieran poner hasta la propia carne en el asador, callan y otorgan, dirigiendo sus futuridades, no a mantener el poderío industrial que los talleres en su total dimensión pudieran significar, sino en conseguir un tren veloz que les pueda transportar a Madrid por ejemplo en dos horas. Cuando observamos esta desviación, nos dan ganas de tirarnos por el suelo y mancharnos el traje. Porque es ridículo, es homicida que estos influyentes señores, elevados a sus solios por la voluntad electoral del común de vecinos, anden a la greña por disponer de un tren de grandísima velocidad. ¿Quién coña tiene tanta prisa? ¿Y para qué tanto esfuerzo? O ya en el colmo del despropósito vemos cómo un ilustro munícipe, protagonista de los episodios más estrafalarios de la historia de León se rompe el pecho porque le pongan una bandera de León al balcón del rector de la Universidad. ¡Joder, qué tropa!

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