Diario de León

Un triste millonario príncipede cuento

Rainiero III fue feliz sólo a ratos. Una infancia nada fácil, la muerte de su esposa y los escándalos guiaron su vida. Levantó económicamente el Principado de Mónaco

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María Esperanza Suárez - corresponsal | parís
León

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Rainiero III pasará a la historia como el soberano que convirtió Mónaco en un próspero paraíso fiscal, a pesar de sus vecinos franceses e italianos. Aunque los escándalos financieros estuvieron a punto de costarle serios disgustos con la justicia francesa, supo hacerse con el apoyo de Valèry Giscard D' Estaing y François Mitterrand, que consiguió meter al Principado en Naciones Unidas y el Consejo de Europa. Para ello, tuvo que renunciar a su poder de soberano absoluto y dotar a su diminuto país de una constitución. El 9 de mayo de 1949, víspera de su 26 cumpleaños, asumió las riendas de un país de 2 kilómetros cuadrados que entonces ya contaba con 2.245 habitantes y 25.000 residentes extranjeros. Su abuelo Luis II le dejó una empresa en declive, con el juego y el turismo fuertemente debilitados por la reciente Guerra Mundial. Pero desde el primer momento dio muestras de su espíritu empresarial e hizo valer sus poderes de monarca absoluto para reflotar la maltrecha economía nacional. En una dinastía donde todos los soberanos tienen un apodo, se hizo enseguida con el de El Constructor: le robó terreno al mar y su patrimonio inmobiliario acabó por convertirle en uno de los hombres más ricos de Europa. Aún así, él siempre prefirió que le llamaran el jefe, y es así como siempre le conocieron sus compatriotas. Eso, una vez que consiguió librarse de algunas amistades peligrosas, como la del multimillonario Aristóteles Onassis, que tras acudir en auxilio de la banca nacional, quería imponer sus propias ideas para convertir la roca de la Riviera en un refugio de la alta sociedad. Onassis utilizó el Principado como su propio paraíso fiscal y acabó enfrentándose a Rainiero en los tribunales por los beneficios del próspero negocio en el que ambos eran socios: la Sociedad de Baños del Mediterráneo, que gestionaba los hoteles y, sobre todo, el exclusivo casino de Montecarlo. A pesar de su mano de hierro en los negocios siempre fue un gran tímido, desde una infancia triste y solitaria marcada por las permanentes disputas de sus padres, que acabaron en separación cuando sólo tenía 6 años. A su niñera de aquella época, prima de Winston Churchil, debe el odio que siempre le profesó su hermana mayor Antoinette que, convencida de que le había usurpado sus derechos sucesorios, llegó incluso a conspirar para arrebatarle la corona. Estudios Su padre, que había obtenido la custodia de los niños tras la separación, le envía al siniestro colegio británico de Summerfields, donde los castigos corporales eran habituales. Sus compañeros de entonces le llamaban despectivamente el gordito de Mónaco. Tras un cambio a otro colegio británico y una fuga de tres días, su abuelo decide mandarle a un exclusivo centro suizo, el Castillo de Rosey, conocido como la escuela de reyes. Los revolucionarios métodos pedagógicos del colegio dan sus frutos y le permitieron acabar con éxito sus estudios en la Escuela de Ciencias Políticas de París. Mientras esperaba su hora, descargaba sus frustraciones con la práctica de deportes de riesgo: primero el boxeo y luego las carreras de coches y el esquí alpino. Con los años, se calmó también su espíritu intrépido y concentró sus aficiones en los sellos, sin olvidar los automóviles. Dos museos monegascos muestran sus colecciones, realmente espectaculares. La Segunda Guerra Mundial le dio la oportunidad de demostrar una firmeza de carácter que su familia no había valorado: Rainiero desafía a Luis II y se une a las tropas francesas. Acabó la guerra como coronel del ejército galo y a recibir varias condecoraciones, entre ellas la preciada Legión de Honor. Rainiero recibió el apellido Grimaldi gracias a su madre, una hija ilegítima que su abuelo tuvo en Argelia con una bailarina. La joven Carlota tuvo que ser adoptada por Luis II que, cincuentón y aún soltero, logró evitar así que el principado cayera en manos de los herederos alemanes de la familia.

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