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Publicado por
JULIA NAVARRO
León

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ENTRE LOS políticos, y también en los medios de comunicación se ha abierto un debate respecto a si se está dando un exceso de información sobre la muerte de Juan Pablo II. Es verdad que los medios de comunicación, sobre todo las televisiones, llevan días conectadas casi ininterrumpidamente con el Vaticano, y que en muchos momentos no había información nueva que justificara esas conexiones. Pero dicho ésto, en mi opinión la muerte de Juan Pablo II ha provocado una profunda conmoción entre los católicos, más de mil millones en todo el mundo, y en el resto del planeta, porque, guste o no, lo cierto es que el Papa ha sido uno de los grandes personajes del siglo XX. Cuando dentro de unos años los niños estudien en las escuelas que pasó el siglo pasado, en la lista de personajes, estará sin duda Juan Pablo II. No sólo por su dimensión espiritual también por su dimensión política y social. La personalidad del Papa era extraordinaria y nadie, ni siquiera los que se declaran laicos o ateos han podido, ni aún hoy pueden, permanecer indiferentes. Por eso me parece que hay una demanda de información sobre todo lo que rodea a Juan Pablo II. De repente los guardianes de las esencias del laicismo se han preocupado y piensan que tanta emoción puede remover algunas conciencias dormidas en un momento en que el laicismo está siendo asumido con naturalidad por la ciudadanía. En todo caso no me parece de recibo la actitud de los diputados, unos de Esquerra Republicana, otros de Izquierda Unida y del PSOE, que en un gesto que sólo se puede calificar de mala educación, se negaron a ponerse de pie y guardar un minuto de silencio en recuerdo del Papa. No hace falta ser creyente para tener respeto a su figura. El quedarse sentado es, amen de mala educación, un infantilismo. En mi opinión estos diputados lo único que pretendieron era dar la nota, llamar la atención, porque ¿qué han demostrado? Dirán que no son creyentes, que no son católicos, pero es que lo cortés no quita lo valiente. Y me parece a mí que guardar un minuto de silencio por el Papa no compromete su laicismo, salvo que quieran hacer del mismo un espectáculo. Defender el laicismo no pasa por despreciar las creencias de los demás, porque hacerlo es un síntoma, un síntoma de intransigencia, acaso un síntoma de inseguridad.