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YA PASÓ. Ahora sólo resta el repaso. O salir huyendo. Sobra atraganto informativo, aunque queda otro tranco largo de noticias y cábalas escudriñando candidatos hasta que la fumata blanca abra otra torga de especulaciones con la vida e inclinaciones del purpurado que salga elegido. Siéntese, pues, el pueblo feligrés; avive el seso y despierte... contemplando... Las previsiones de emotividad y grandiosidad en la pompa fúnebre no se vieron defraudadas. Impresionante manifestación de duelo, se dice en estos casos. Ceremonia colosal. Magnífico el escenario. Magnífica la escenografía. Abarrotada estaba la plaza, abarrotada Roma. Es que se entierra a un Magno, como san Alberto y otros. Liturgia meticulosa y luto con protocolo medidísimo; liturgia geométrica de parada militar y de sublime pulcritud ceremonial como manda la regla gregoriana y los liturgistas benedictinos de Solesmes. Impresionante. Alarde de masas. Espesura diplomática; parece el entierro de un César y todos los césares están allí. Colocan sobre el féretro un libro grande y rojo de los Evangelios que el viento lee para atrás y delante haciendo olas con las hojas hasta que, brusca y finalmente, se cierra del todo antes de las lecturas y así queda el resto de la ceremonia. Libro cerrado. Los interpretadores de signos se quedaron mudos. La humildad -la omertá- ha sido aplazada. Las banderas también hacen olas sobre la multitud. La Iglesia es universal, pero cada uno es patriota de lo suyo y lleva fronteras en la cabeza, incluso en misa (las españolas con el toro osborne dieron su nota; son las mismas que mañana veremos en cualquier estadio celebrando un patadón de Raul). La homilía de Ratzinger -que será el nuevo Papa- es interrumpida con aplausos (gran novedad; se pondrá de moda el aplaudir y jalear; ya se hace con los crucificados al paso de redoble cofrade). Y se aplaude al final. Es masa y es espectáculo. Manda la tele. Todos se miran y se fisgan, cuchichean (es lo propio en un entierro), comentan, rebullen en su cansancio. La masa no deja de hacer fotos y más fotos, saludan a cámara, sacan pancartas (hay tres enormes que claman «santo súbito», santo ya, por aclamación). Han sido tres horas de preces, coros y casullas al viento. Ya pasó. Ahora vuelve la política. La Iglesia es de este mundo.