Cerrar
Publicado por
ANTONIO TROBAJO
León

Creado:

Actualizado:

NUESTRA Iglesia, que camina en Astorga y en León y en todo el universo, embocó la bocana del puerto del III Milenio con renovada energía tras el gran Jubileo. La fuerza de Cristo arrastraba la barca eclesial por los mares de la historia. El tópico sería calificarlos de procelosos. Pero es lo de siempre. Lo dijo San Agustín: la Iglesia camina por el tiempo entre los consuelos de Dios y las persecuciones del mundo. Claro y rotundo. Y así avanzamos por el nuevo milenio. Al timón de la barca iba un hombre, Karol Wojtyla, venido de lejos, polaco, no italiano -desde Adriano VI a principios del siglo XVI-, elegido Papa el 16 de octubre de 1978 hecho todavía un chaval -con 58 años de edad-, que escogió el nombre de Juan Pablo II en expresión de continuidad y comunión con sus predecesores. Ha patroneado el barco -con permiso del Espíritu Santo- durante cerca de 27 años. Y ahora se nos ha ido. Ha hecho la última singladura hasta el puerto del regazo de Dios. Descanse en la paz eterna, que él defendió en la temporal. Sustancia de seis lados Se cumple una vez más que las personas pasan. Somos mortales de necesidad. Pero por donde cruzamos, marcamos nuestro cuño personal, como lo ha hecho Juan Pablo II con su anillo de Pontífice. Marcamos nuestra impronta. Será petulante -y blasfemo- decir que somos nosotros los que conducimos la historia, pero no está fuera de tono afirmar que al menos la podemos modular. De hecho así ha sido con el laboreo de Juan Pablo II al frente de la Iglesia Católica. Él se ha movido dentro de un hexágono, que es la sustancia no tanto de su Pontificado cuanto de su condición de cristiano, y que se puede considerar lo sustantivo de sus convicciones y de sus acciones. En primer lugar la fe en Dios; a prueba de bomba, o, al menos, de bala. El Dios, rico en misericordia -se nos fue en el Domingo de la Divina Misericordia, como si de un símbolo se tratase-. El Dios que jamás nos abandona en manos del ciego destino. El Dios Abbá (Papaíto). Lo segundo fue la centralidad de Jesucristo: «Abrid las puertas al Redentor» fueron sus primeras palabras. Todo converge en Cristo, el Redentor del hombre y Señor del Tiempo. El tercer lado del hexágono fue un amor desbordado a la Iglesia, la Santa Madre Iglesia, experta en humanidad. La comunidad cristiana extendida por todo el mundo. A ella se entregó como pastor universal en la atención diaria y en los viajes apostólicos. Por ella y para ella se consumió en desplazamientos interminables, mensajes abundantes, horas de tensión y de ofrenda. Lo cuarto fue la cercanía al ser humano, a sus alegrías y esperanzas, a sus angustias y tristezas. Los besos depositados en las tierras que visitaba fueron un gesto más que significativo de esta opción fundamental. El hombre es el camino de la Iglesia, repetía. Y entre los preferidos, los niños (fotografías increíbles inmortalizan el hecho) y los jóvenes, la esperanza de la Iglesia y del mundo. Sus jóvenes, de quienes se despidió entre las ensoñaciones de la fiebre última Y los pobres y los que sufren. El quinto lugar la ocupa el seguimiento de la consigna que se dedicó a sí mismo y a todos los bautizados: la nueva evangelización. La misión de siempre remozada en nuevo ardor, nuevos métodos y nuevas expresiones. En tiempos recios. Cuando aparecen nuevos areópagos, el laicismo y el secularismo ahogan a las viejas cristiandades, las sectas devoran a creyentes poco fundamentados y las preocupaciones por la supervivencia mínima o máxima dificultan la acogida del primer anuncio. El sexto lado, que se prolonga hasta las ultimidades de la historia, fue la confianza en el futuro. Porque está en las intuiciones de las religiones. Y en los discursos de los pensadores. Y en lo más medular de la existencia del género humano. Y en el viento del Espíritu. Quien ha de venir En esta composición de líneas está lo sustantivo de Juan Pablo II como hombre, como creyente y como pastor universal. Lo adjetivo se encargarán tirios y troyanos de removerlo. En estos momentos a servidor le bastaría saber que quien le haya de suceder en la cátedra de Pedro está adornado con ese escudo hexagonal. Como gracia -que no le faltará-. Y como virtud -que él se habrá fraguado con el devanar de los días-. Y como herencia -que de algo vale el pasado-. De que así sea se encargará el Espíritu Santo. Que también tiene manos cardenalicias.

Cargando contenidos...