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Publicado por
MANUEL MARLASCA
León

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CON TODA PROBABILIDAD, no hay un servicio médico más estresante que el de los enfermos terminales. Administrar la muerte -en el mejor sentido de la palabra- después de años estudiando para salvar vidas debe ser la más dura disyuntiva a la que se enfrenta un médico. Cuando esa disyuntiva se resuelve, además, con la sedación conveniente para paliar el sufrimiento de enfermos a las puertas de la muerte, se requiere unas condiciones que convierte a estos médicos en seres excepcionales. Tanto que no sé si es a ellos al que se refiere el llamado «síndrome de Dios» que puede llegar a alcanzar a un médico, consistente en creerse legitimado para administrar vidas y muertes. Valga este largo preámbulo para situar en su punto el debate del hospital Severo Ochoa, de Leganés, desencadenado a raíz de unas denuncias anónimas, pero documentadas. Unas de las asociaciones de defensa de enfermos a la que le llegaron las denuncias, las hizo públicas, con lo que el consejero de Sanidad del gobierno regional de Madrid se vio en la obligación de suspender cautelarmente al jefe del servicio -en este caso el de urgencias- mientras se investigaban las denuncias. Y la inspección ha concluido que hay graves irregularidades administrativas y que no se puede determinar si se produjeron malas praxis médicas. El consejero de Sanidad cesó a tres cargos de confianza, es decir, de libre designación, lo que ha provocado una crisis en la que el Partido Socialista, en la oposición en la Comunidad de Madrid, ha pasado a exigir una investigación a fondo en las horas siguientes a las denuncias, a solicitar el cese del consejero de Sanidad por haber quebrado -dicen- la confianza entre médicos y pacientes del Hospital Severo Ochoa, y que esconde además -dicen- el deseo de privatizar la sanidad pública. En definitiva, la crisis se utiliza como arma en el acoso para el derribo del gobierno de Esperanza Aguirre. Esto es lo ocurrido y esto es lo que está ocurriendo. Las denuncias -según me confesó a mí nada menos que el jefe de la Unidad del Dolor del hospital-, partieron a buen seguro de dentro del propio centro sanitario (aportaba datos que sólo se pueden conocer teniendo acceso a los archivos) y enviadas por personal médico. Pero el corporativismo se ha acabado imponiendo a cualquier otra circunstancia.