| Testimonio | Muy cerca de Juan Pablo II |
«El día del atentado estaba a diez metros de distancia del Papa»
Fray Martín, un orensano que fue durante veinte años el enfermero de Wojtyla, explica que en el tiroteo «yo me ocupé de una americana que recibió un balazo en un pulmón»
-¿Has tenido algún problema para entrar? -Pues no, la verdad. Di su nombre y me dejaron pasar. -Bueno, en realidad es que había avisado yo antes. Fray Martín lleva desde 1976 en el Vaticano pero conserva intacta la ironía y el acento. Este hermano de San Juan de Dios que llegó a la Santa Sede casi por casualidad es seguramente el gallego que más cerca ha estado de Juan Pablo II. Durante veinte años, fue casi la sombra de Karol Wojtyla, en su condición de enfermero del pontífice. «Lo acompañaba todas las semanas en sus visitas a las parroquias y cada día, entre las once de la mañana y la una de la tarde, en el palacio apostólico». El hermano Martín Méndez Camino, toda una institución en el Vaticano, nació hace 74 años en la pequeña localidad de Trasmiras, muy cerca de Xinzo de Limia. Trabaja en la farmacia ubicada dentro del territorio vaticano, unas modernas instalaciones remozadas en 1989 y que están habitualmente atoradas de clientes: «Es que aquí no sólo viene la gente del Vaticano. Vienen de toda Roma, porque tenemos medicamentos que no hay en Italia y que nos llegan a través de Suiza, -exhibe, orgulloso, una imagen de Juan Pablo II junto a una mujer menuda-. Cuando volvió a Trasmiras, que es un pueblo pequeño, y sus amigas le preguntaron qué tal les dijo: `Vosotras no sabéis lo que es aquello de grande. Si pudiera escribiría un libro¿». -El libro quizás lo tenga que escribir usted -propone la periodista -Pues sí, la verdad, tengo para un libro desde Estados Unidos». La particular situación legal de este estado en el que no rigen las leyes europeas explica que este establecimiento sanitario sea el más concurrido de Roma. Fray Martín es un hombre amable. En un segundo introduce a la periodista en la rebotica de la farmacia, abriendo y cerrando cajones y armaritos -no esperen pócimas medievales, aquí es todo más bien moderno- y un segundo más tarde la acompaña hasta la residencia que ocupa con otros nueve hermanos de su orden, en un piso más arriba. El orensano tiene ganas de charla; desaparece un segundo y se planta en la salita en la que transcurre la entrevista con las manos cargadas de fotografías. En el medio, un recorte amarillento del Hola, de hace casi veinte años, que muestra a un juvenil fray Martín al lado del titular: «Al Santo Padre no le gustan las medicinas». -¿No le gustaban? -Bueno, eso lo pusieron ahí entonces. El Santo Padre era joven y entonces no necesitaba ningún tipo de medicinas. Las estampas sirven de excusa para realizar un meteórico recorrido por la vida de este ourensano que se expresa en una simpática jerga entreverada de palabras en italiano y en gallego. De pronto, una fotografía le lleva a detenerse: en la imagen, Karol Wojtyla desfallece en la plaza de San Pedro tras ser tiroteado por Ali Agca. -Fue horrible. Yo estaba a diez metros del Santo Padre. Este que ves en la foto es mi compañaro, un polaco. -¿Y usted asistió al Papa? -No, yo me ocupé de una americana que recibió un balazo en un pulmón. La familia me llamó y me dijo en inglés: «Padre, por favor, venga atenderla que somos católicos». La atendí y después la trasladaron al hospital. El Papa la recibió, días después, en el Gemelli, antes de que le dieran el alta. Decía: «Esta mujer casi muere por verme». Fray Martín exuda veneración por Juan Pablo II. «Pon ahí que era extraordinario, humano y bondadoso cien por cien. Ejercía una paternidad increíble, como un abuelo con sus nietecitos». ¿Y cómo se sintió el día de su muerte? «Pues muy triste, aunque claro, nosotros por la farmacia sabíamos qué medicinas le subían... Precisamente en esos días me encontré con otro gallego, el padre Carballo -se refiere a José Rodríguez Carballo, ministro general de los franciscanos- que me dijo: `Este Santo Padre atrae a más gente de muerto que de vivo¿. Era buenísimo...». Martín Méndez regresa cada verano a Orense para visitar a su madre, una anciana de 99 años. «Una vez vino a verme al Vaticano y el Papa la recibió. Mira qué cariñoso -exhibe, orgulloso, una imagen de Juan Pablo II junto a una mujer menuda-. Cuando volvió a Trasmiras, que es un pueblo pequeño, y sus amigas le preguntaron qué tal les dijo: `Vosotras no sabéis lo que es aquello de grande. Si pudiera escribiría un libro¿».