Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

De la educación

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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IMPORTA MUCHO ADELANTAR que no pretendemos interferirnos en el complicado debate de la educación que mandan hacer los ministros, los presidentes, las asociaciones de padres y de madres. Sencillamente porque para este menester, quizás el menos atendido de cuantos forman el programa de los gobiernos, corresponde preferentemente a los profesionales educadores, a los que por fuerza de la santa costumbre acaban por saber de la educación, todo lo que conviene saber para la mejor formación de la sociedad. Y es que, señoras y señores, estamos atravesando sin duda el periodo histórico dotado de menos educación en sus principios, en sus doctrinas, en su ejercicio de seres para la convivencia. Educar no es solamente enderezar inteligencias y vocaciones hacia episodios más o menos brillantes, heroicos o divertidos, mediante los cuales, según explican educadores repetitivos, las sociedades adquieren sentido de la patria y orgullo de la identidad que a cada núcleo educacional pertenece. Educar es, o debe ser, la formación ética de los pueblos, y su consciencia de los deberes y de los derechos que corresponden a cada ser humano, sea cual fuere el lugar que ocupen en la escala social. No basta con saberse de corrido la lista de los reyes godos, ni, por supuesto, conocer la alineación de la selección de pelotón para la conquista de la Copa del Rey o de la Liga. Precisamente por la derivación alevosa de entender que educación puede ser la más completa información, hemos dado en sociedades mostrencas, analfabetas y bestiales. Nada se adelanta con ocultarlo. Como no contribuye absolutamente nada la adscripción del educador a este o al otro partido político, de lo cual pudiera deducirse una educación clasista y excluyente de aquel que no piense igual que pienso yo, que decía y mantenía el maestro Campanones. Estamos creando, a fuerza de tergiversación de los conceptos verdaderos, un estado de confusión que, a lo sumo, y en el mejor de los casos, puede llevarnos a un estado de indiferencia, según el cual, cada uno puede permitirse cuantas licencias le toleren. Y como la sociedad acepta esta libertad de opinión, todos sus miembros nos comportamos exentos de la menor señal de educación. Vivimos, pues, el periodo más grosero de nuestra historia. Y consecuentemente nos comportamos con los demás como los demás se comportan con nosotros. Cuando los responsables de la educación del pueblo se enredan en debates sobre fórmulas de educación y los unos y los otros apelan a siglas que enmascaran posiciones políticas o religiosas, la que perece en la demanda es la educación. Cada maestrillo tiene su librillo, ciertamente, pero cabría solicitar de estos que no perdieran la sana costumbre de aprender de él. Los muchachos de esta hora, se consideran descomprometidas con la educación y se comportan como muchachos para los cuales la educación es un signo de retraso mental y social. Ciertamente, pertenecer a una generación pasada de moda tiene sus quebrantos, entre los cuales aparece la falta de delicadeza y estilo en el trato común de las gentes de un mismo poblado. Hoy no cedemos el asiento ni a la Reina madre, ni nos importa que un nacimiento resbale en los hielos y se rompa la crisma. Ceder la acera al paso de una chica es considerado por la chica misma como una señal de anacronismo y hasta de gilipollez misma incluso. De ahí que a nosotros en cierto modo nos conmuevan aquellos principios senequistas: «Nada enseñaban a los muchachos que tuvieran que aprenderlo sentados».

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