Alberto II y sus hermanas Carolina y Estefanía presidieron los funerales muy afligidos y enterraron a su padre ya solos
Sangre azul y lágrimas negras para Rainiero
El Rey Juan Carlos acudió solo a una ceremonia repleta de monarcas y autoridades
Rainiero III de Mónaco yace desde ayer junto a Grace Kelly, el amor de su vida y mito fundador de la leyenda rosa del principado de la Costa Azul. Lo destacó monseñor Bernardo Barsi en su homilía del funeral de estado: «Los que estuvieron unidos aquí en la fidelidad de su amor conyugal estarán reunidos para siempre en la plenitud de su amor a Dios». La ceremonia, oficiada a la antigua usanza regia con abundancia de sangre azul entre los invitados, estuvo bañada por las lágrimas negras teñidas de rímel de las princesas Carolina y Estefanía, escoltas dolorosas de su hermano, el príncipe sucesor Alberto II. Transfiguradas por el dolor, Carolina y Estefanía escoltaron a su hermano de riguroso luto y con mantilla negra. La pequeña, muy unida a su padre, que siempre le perdonó deslices e indisciplinas, apenas pudo contener el llanto en varias ocasiones. Fiel a su condición de alteza serenísima, el príncipe Alberto mantuvo la compostura con emoción contenida y semblante afligido. Junto a la ellos ocupó plaza en el coro la princesa Antoinette, de 85 años, hermana del difunto. El gran ausente fue Ernesto de Hannover, hospitalizado desde la víspera de la muerte de su suegro por una pancreatitis. Estuvo representado por Ernesto Augusto y Christian, de 18 y 20 años, los hijos que tuvo en un matrimonio previo a su enlace con Carolina. Los dos muchachos ayudaron a prender los cirios que rodeaban el catafalco a sus hermanastros Andrea, Carlota y Pierre, hijos de la princesa de Hannover y Stefano Casiraghi. El cortejo fúnebre hasta la catedral lo abrió la cofradía de los «penitentes negros», creada en la época de las pestes para enterrar a los muertos. Todo el programa estuvo minuciosamente pautado con arreglo a un estricto protocolo y una cuidada escenografía. El pomposo ceremonial, memoria de los añejos usos monárquicos, corroboró los aires de grandeza del diminuto principado. A los actos, repletos de monarcas y autoridades, acudió en representación de España el Rey Juan Carlos, solo. La llegada más esperada fue la del presidente francés, Jacques Chirac. Rainiero fue enterrado a última hora de la tarde, en una ceremonia íntima a solas con sus hijos y nietos.