El paisanaje
Vivir de patrona
CUANDO el ex ministro socialista Miguel Boyer, harto de compartir con la Preysler veinticinco metros cuadrados en el Hostal de San Marcos, decidió ampliar horizontes vitales y matrimoniar como Dios manda hizo levantar una vivienda con catorce váteres, uno por dormitorio, y calefacción en la caseta del perro. La gente lo tomó a cachondeo y se cruzaron muchas apuestas sobre el poderío de una pareja que tanto espacio precisaba en salto de cama. Por aquel entonces, a mediados de los ochenta, el PSOE no cabía en sí. Ahora, por el contrario, la ministra de la Vivienda, señora Trujillo, propone volver a los primeros tiempos de Boyer construyendo 180.000 pisos de veincicinco metros cuadrados para los españoles, los cuales vienen a ser, según ella, como una suite en San Marcos pero con con derecho a cocina en vez de buffet, un váter para cada catorce y, naturalmente, sin Isabel Preysler. El personal vuelve a pitorrearse de tamaña ocurrencia y comenta, en general, que entre una y otra política de la vivienda podría establecerse un término medio: por ejemplo, el apartamento-picadero que usamos los de León en Cudillero como segunda residencia cuando se necesita para lo que te dé la gana y no te conozca nadie (lo único malo es que, cuando llegas allí, no hay más que coches con matrícula de la LE, así que nos conocemos todos). De cuando éramos estudiantes uno recuerda que las «soluciones habitacionales» de la ministra Trujillo se llamaban «habitación con derecho a cocina», si bien en vez de un funcionario mandaba la patrona. Pensándolo bien otra diferencia no había, ni siquiera en el tamaño del bigote. En cuanto a Boyer, como era tataranieto de Sagasta y de familia pudiente, lo más probable es que estuviera ya de pensión, haciendo prácticas para el San Marcos, y le pusieran las cuétaras del desayuno en bandeja. Con aquel socialismo unos crecieron la leche y otros quedamos canijos. Asegura Trujillo que el plan de viviendas de protección oficial de la Señorita Pepis promovido por su ministerio no es una ocurrencia cualquiera, sino fruto del sesudo estudio de un equipo multidisciplinar de arquitectos y sociólogos -gracias que no había psiquiatras- que han tabicado convenientemente las necesidades de la moderna población española trasladando modelos nórdicos y de lo más progresista para afrontar la carestía del suelo, etcétera, etcétera: la conclusión final es que el mundo cabe en una caja de cerillas o, por lo menos, los de izquierdas. Que el suelo es caro resulta una obviedad y no hay más que preguntar en Serfunle a cuánto está el palmo de tierra. Pero, en cuanto a la fiabilidad de los informes técnicos que avalan a la ministra, es otro cantar. Tire, si no, cualquiera de calculadora: punto primero, en España residimos 40 millones de españoles, sin contar a Beckhan, Ronaldo y Ronaldinho; segundo, la península mide, descontando a los portugueses de la Vidriera, 504.000 kilómetros cuadrados o, más exactamente, 504.000.000.000 metros cuadrados; tercero, si todos los paisanos viviéramos en un piso de veinticinco metros y en bloques de cinco plantas, qué menos, cabríamos todos en 1.000.000.000 metros cuadrados (unos 30 por 30 kilometros, como quien dice el partido judicial de Astorga), descontada ya la caja del ascensor, la cadena del váter comunitario y la campana sacahumos; y, cuarto, restando de la superficie total del país los metros que precisa la ministra para albergar a toda la población, sobran matemáticamente 503.000 kilómetros cuadrados o 503.000.000.000 metros, chaflán arriba o abajo, según cálculos del arquitecto municipal. En cuanto a los inmigrantes, bastaría con empadronarles en pateras de tres pisos, porque a todo lo demás ya están acostumbrados, sobretodo si son chinos. No estaría de más que antes de echar la lengua a pacer las ministras le dieran una ojeada al verde del paisaje patrio, tanto si están bien repobladas como si no, porque sitio donde hacerlo es lo que no falta, aunque algunas parezcan un tanto apretadas. Tanteando el otro día a la Fele, donde habían echado las mismas cuentas que un servidor, y llegados a la conclusión de que, efectivamente, con este Gobierno todos cabríamos en Andorra, incluyendo el transistor, la respuesta fue que estadísticamente sobraba el 99% del territorio nacional para abaratar los precios de la vivienda arrejuntándonos un poco, tal como sugiere la ministra del ramo. «¿Y con lo que queda de patio qué se puede hacer?», se le ocurrió preguntar a uno, que es el típico pardillo con hipoteca. Les salían los ojos de las órbitas al tiempo que todo era un frotarse las manos. Seguir especulando, no te jode.