Diario de León

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CAMBIA este país, languidece la exigua España abencerraje de alcázar y mosquetón, se extingue poco a poco la aberrante furia ultraespañola del fascistón que sólo tiene ideas con correajes. Porque al que querían matar hace veinticinco años ahora ya sólo le dicen «Carrillo, muérete» y le amagan, como mucho, un remosquilón, un guantazo de algarada. Cuando regresó de su exilio, los fachas de Madrid multiplicaron por allí la pintada que señalaba objetivo al pistolero: «Vamos a matar al cerdo de Carrillo». Después vino alguien y pintó debajo un aviso al navegante: «Cuidado, Santiago, que quieren matarte el marrano». Ahora simplemente le dicen «Carrillo, muérete». Y el tortazo. España es así. Antes -en ese entonces que tanto gusta resacar-, los tortazos eran de todos contra todos y con una raya en medio que trazaba la frontera entre las dos formas de entender lo español, «o conmigo o contra mí». Ahora no parece tal. ¿Es que nos vamos civilizando o es que los fachas del paseo y la depuración se van extinguiendo de muerte natural o de aburrimiento?... Sin embargo, en estos casos de tensión y de fuerza por la boca hay quien cita automáticamente «el treinta y seis» como quien habla de un dragón que no murió y que aún nos sopla el cogote con su aliento pestilente de maldad y azufre. Ciertamente, hasta que no queda nadie sin enterrar sobre el campo de batalla o en sus cunetas, una guerra no empieza a terminar; y sólo acabará cuando muera la tercera generación (aunque no siempre). La guerra civil aún sigue excavando trincheras en la mollera de los dañados, pero son pocos ya los que aún se parapetan en ellas para seguir disparando profecías catastróficas, miedos en conserva y odios recalentados. Si no fuera porque los medios lo multiplican, el ruido voceado de estos atrincherados del «Carrillo, muérete» no tendría más eco que un pedo de monja entre sayales. Quien dice que estos son los síntomas de aquella España quemaconventos parece lamentar que no se cumplan hoy los estragos de su profecía y ardan las calles en asonadas o levantamientos. Es su nostalgia del «tú o yo», su teoría del morir matando; muere; muérete. Ya ni siquiera dicen lo de John Wayne en aquella peli de jichos y sioux: «Dios mío, no permitas que se mueran... ¡déjamelos a mí!».

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