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A PARTIR de los cuarenta toda persona es responsable de su cara. Creo que lo dijo Byron. Tiene fundamento la observación. Si eres borde de joven, las comisuras tiran hacia abajo y te queda cara de amargado o de interventor de cuentas. Por el contrario, un tipo jovial a los treinta nunca verá borrada del todo en su cara la huella de la sonrisa. Nos dan una cara al nacer, pero después la fabricamos. El lenguaje de los músculos faciales nos hace feos a casi todos y guapos sólo a unos pocos. La belleza no es un perfil, sino el gesto, la expresión. Benedictus décimus sextus Ratzinger es también responsable de su cara; doblemente, pues frisa ya los ochenta. Con sólo leer labios y mirada ya tenemos acuarela. O aguafuerte. El labio superior no existe; malo; es línea de cuero tieso, cosa de gente que siempre calcula o maquina. Cuando mira a los lados impartiendo consigna o sermón no gira el cuello, sino los ojos con rabillo, gesto regio de autoridad o distancia, rasgo felino que brinda interpretaciones, aunque se dirá que le nace del mandato evangélico de ser cándidos como palomas y astutos como culebras. Ratzinger no sonríe por norma y, si lo hace, es sonrisa algo estreñida. Ahora tendrá que hacerlo más, pero se le notará que es escayola y diplomacia, o sea, mentira... piadosa. La risa del corazón se dibuja de otra forma. Hay ciertos rasgos de pájaro en esa cara que también tienen lectura, pero esa la irán haciendo sus andares y vuelos. Ratzinger está adiestrado en el cargo y no le cogerá de sorpresa la carga. La tiene muy sopesada. Ha sido Papa en la sombra, gobernador de doctrinas y encargado por Wojtyla del entresijo vaticano. Por eso le eligieron. Mientras Juan Pablo II se entregaba a la pastoral de masas sin dejar de volar, Ratzinger le guardaba la mies apuntalando la obra, vigilando el credo recto y aplicando el reglamento. Se dice que Juan Pablo II supo llenar los estadios y las calles, pero vació las iglesias, aunque de ello se encargó más bien Ratzinger y su filosofía teológica neutralizando avances conciliares y restableciendo obediencia y verticalidad. Los sínodos ya no son debate, sino catequesis. La teología es ciencia cerrada. En el dogma y en el rito viejo está el camino. Por él echa a andar este papado. Como gran empresa temporal que es, esta Iglesia no cree; obedece.