«Nunca escalé nada igual»
Al final, mi mochila pesa cerca de 20 Kg, que es mucho incluso para las montañas leonesas, pero me apetece trabajar duro y probar mis fuerzas. La decisión está tomada. Es 17 de abril. Me levanto tarde porque no funcionó el despertador. Son las 10 de la mañana. Me aconsejan no subir a esta hora pues la cascada está muy inestable debido a la intensa radiación solar. Pero he decidido subir y no hay vuelta atrás. Empiezo la escalada por unos témpanos desgastados que dan acceso a la cascada. Enseguida me meto de lleno en la vorágine de hielos. Toda la ruta está llena de cuerdas fijas y escaleras de aluminio horizontales y verticales, equipadas por un equipo de nepalíes y que nos alquilan por 350 dólares. Sin este trabajo sería simplemente imposible escalar el Everest por esta ruta. Nunca antes escalé nada igual. Es una vertiginosa ascensión vertical en la que hay que emplear el puño Yumar (permite ascender pero no descender). Luego vienen las grandes grietas que hay que atravesar con escaleras de aluminio. Me ayudo con dos cuerdas colocadas a los laterales; hay que tensar muy fuerte, a la altura de las caderas, para evitar los balanceos laterales. También me aseguro con una driza que me dejará colgado del abismo en la grieta si me caigo. Cuando subí fue rescatado un escalador sin problemas que se cayó de una escalera al romperse la plataforma sobre la que se asentaba; quedó colgado de la cuerda de seguridad. Hay tres secciones que yo considero las más delicadas, no por la dificultad técnica, sino porque hay seracs (acumulaciones de hielo que cuelgan y amenazan con desprenderse en cualquier momento). Me paro antes de atravesarlas. Recupero las pulsaciones del corazón tras el intenso esfuerzo y hago una pequeña carrera para pasar muy rápido y no exponerme a esa caída de témpanos de hielo que serían fatales. El truco es bueno, porque antes de caer hacen un peculiar ruido sordo de fractura y me daría tiempo a sortearlos. Sigo mi ascenso. Creía haberlo visto todo, pero al llegar a la parte más alta de la cascada me encuentro con una barrera de hielo de más de 35 metros de altura que se descuelga a un abismo de proporciones incalculables. Aquí los sherpas han instalado unas escaleras verticales empalmando seis secciones para alcanzar el borde del inmenso serac. No doy crédito a lo que veo, pero hay que ascender este tramo. Estoy solo y lo agradezco, pues no tengo tráfico y disfruto más de esta peculiar escalada. La escalera empieza a balancearse terriblemente a mitad de trayecto. Oscila amenazadoramente pero confío en que no se partirá; antes han pasado muchas personas. Al llegar arriba me encuentro un gran plato de dimensiones que nunca había contemplado. Hay que sortear en zigzag las enormes grietas que aquí cambian de forma. La cascada es un caos de hielos sin orden que se vierten desde 800 metros de altura, pero aquí todo es diferente, las grietas son muy grandes y se cortan longitudinalmente. Las proporciones son bestiales y en algunas no se ve el fondo. Las atravieso con puentes de escaleras de aluminio, ahora horizontales. El paisaje es majestuoso y mientras camino en la soledad de estos campos de hielo en busca del campo I, me refugio en mis pensamientos y pienso en lo afortunado que soy.