Diario de León

Su Santidad lo tenía todo previsto

Ratzinger no será un Papa de transición y hace frente a una avalancha de críticas

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León

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?l Papa Ratzinger, dará mucho que hablar en los próximos años porque lleva camino de aplicar un programa de cambio tan metódico y tan meditado, que puede dejar honda huella en el Tercer Milenio. Su solar de evangelización, la Europa que huye de la práctica religiosa, quedó definido por la elección de su nombre de Papa. La autonomía de la Iglesia frente a la cultura cambiante de las sociedades civiles quedó marcada por el latín -la lengua oficial de la Iglesia- que recuperó en su primera homilía. Y la naturaleza especial de la organización que preside, entre la materialidad de los hombres y la espiritualidad de la fe, también quedó señalada en su apoyo a una liturgia solemne y unificada que conduzca a la realidad de Dios a través de los sentidos. Benedicto XVI tiene bien claro que la unidad de la fe es una condición necesaria para los procesos de diálogo con otras iglesias, para una revisión actualizada del mensaje evangélico, y para una expansión misionera que no lleve dentro el síndrome de la dispersión. Y por eso parece decidido a sacrificar todo su pontificado al sólo objetivo de reforzar la unidad orgánica de la Iglesia. Ratzinger es un apellido sonoro y poderoso, que encierra tras de sí muchos significados. Ni siquiera el cardenal Pacelli, que fue después Pío XII, tenía tanta presencia entre los católicos de la Iglesia universal. Y por eso será muy difícil que la gente se acostumbre a ver a Benedicto XVI como el Papa recién elegido que enfila los primeros retos de su pontificado. Esa es la razón que explica la fuerte controversia generada por su elección en la mayor parte del mundo. A Ratzinger se le aplican los estereotipos surgidos durante su largo ejercicio como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Y toda su biografía se ha convertido en un campo de caza en la que se buscan con lupa los estigmas de un pontífice que muchos quieren presentar como un inquisidor integrista alejado de la realidad del mundo. Apelación a la unidad Pero da la sensación de que Bieito XVI ya contaba con eso, y de que es precisamente ahí, en la lucha contra la concepción relativista de la modernidad, donde va a poner sus principales desvelos. Porque todos los discursos y homilías pronunciados por Ratzinger desde que murió Juan Pablo II dejan muy claro que su apelación a la unidad de la Iglesia no está pensada como un refugio para huir del mundo, sino como una preparación para salir hacia él. Lejos de propugnar un enroque que aísle a la Iglesia católica de los problemas de la era global, a Bieito XVI le preocupan las formas y las bases teológicas y morales de un reto que es necesario afrontar. Y por eso pienso que no va a acomplejarse ante una avalancha de críticas que confunde la modernidad con la indefinición, o que mide el éxito del pontificado por la aceptación. Desde ahora -dicen en el Vaticano- habrá que leer los discursos. Las homilías mediáticas, pensadas para enfervorizar a las masas, llevan implícita la simplificación de un mensaje que no siempre sirve para orientar a los fieles en tiempos de crisis. Joseph Ratzinger ya hizo el discurso de la paz pegado a la pregunta de cómo garantizar los derechos humanos. También habló de la UE sin sustraerse a la necesidad de un diagnóstico sobre su expansión. Todo a la luz del Concilio Vaticano II, la única referencia doctrinal y moral que utiliza.

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