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CRÉMER CONTRA CRÉMER

¿Hacemos de verdad León?

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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ME ENCUENTRO CON PACO, amigo y compañero en la aventura apasionante de vivir en León, en la calle. Lo digo para general conocimiento: La calle es o debiera ser para todos aquellos que andamos de una forma o de otra vinculados o comprometidos con la ciudad, la gran inspiradora. De la calle y los hombres que la pueblan surgen los temas más interesantes de la gran sinfonía del vivir. Paco es un hombre seriamente comprometido con su pueblo, quiere decirse con la ciudad en la que vive, en la que vio las primeras luces y donde espera poder descansar definitivamente, porque como decía el poeta: «No somos tierra, aunque a la tierra vamos como a la mar van los ríos» y del lugar en el cual proyectamos nuestra sombra nacen nuestras dudas y también nuestras certidumbres. Se dice con demasiada ligereza: «La ciudad en la que vivimos y sufrimos es sorda y muda. Se suceden los errores, se producen los quebrantos y sin reflexión aseguramos que es la ciudad la que como una losa ahoga nuestras ilusiones y oculta nuestras rebeldías. Y no es verdad. La ciudad no tiene la culpa. Somos nosotros, los seres humanos que la ocupamos, los que concedemos a la ciudad color y estilo. El talante, por usar un término en boga, lo proyectamos y lo inculcamos nosotros. Dime cómo eres, qué es lo que haces y cómo lo haces y te diré cómo es tu ciudad. Paco ha luchado, desde su insignificancia civil, por relanzar el prestigio de la ciudad, tan desteñido y frágil en este tiempo nuestro de silencios cómplices. Ha conseguido a fuerza de sangre, sudor y hierro escalar ese tramo de la escala social que permite a quien le ocupa sentirse satisfecho por la voluntad que ha puesto para conseguir el rescate de su pueblo. Pero con profunda tristeza confiesa que su pelea ha sido inútil y que su función como acólito de un partido acaba derivando hacia rutas que no van a ninguna parte. Y se empeña en imponer, en su tesis: «Convéncete, las ciudades no se hacen solas, sino a manos y por la inteligencia generosa de quienes alcanzan los puestos de responsabilidad». «León» me señala fijando la mirada en las finas agujas de la Catedral «pierde rango y población humana y medios para una supervivencia digna porque, con todos los respetos o sin ellos, privan los intereses personales de los activistas de la política, con excepciones que confirman la regla. Cuando entre nosotros se plantea o se sugiere la idea de promover una empresa o un mecanismo capaz de rectificar la marcha equivocada de la gestión, misteriosamente surgen, de los ángulos más oscuros de la proyección, los explotadores de los gananciales. Y el proyecto se convierte en una ocurrencia mercantil». Estamos invadidos del virus de la suspicacia, de la sospecha, porque nos han acostumbrado al engaño. Nos engañan como a chinos de todo a cien y nosotros, tú y yo y el vecino, tragamos y otorgamos. Hemos construido una ciudad en la que todas las malicias tienen cabida y si se intenta convencernos de que esto o lo otro o lo de más allá, tan estentóreamente proclamado por los agradecidos portavoces, es una de las siete o de las ocho maravillas del mundo, solemos responder con una sonrisa y una frase: -¿Qué ganancias proporciona, y a quiénes?

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