Diario de León

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ANTE un gran arbolón me arrodillo. Después me abrazo a él y me froto, que es lo que hacen los jabalíes cuando marcan pasos y sitios; y los gatos, los tigres, los ciervos y todo bicho montaraz. El arbolón es su seña, su punto de referencia. Y lo de frotarse en su corpulencia no le disgusta al árbol. Desde hace millones de años lo consiente o lo desea. Es como si le rascaran; le hace reir. Y entonces, su latido lo sientes en la tripa. Hoy es el día del libro y por eso hay que hablar del árbol, de cuya madera sale el papel en el que un hombre va escribiendo ingenios o chorradas, de modo que habrá que concluir que muchos árboles contaban más cosas que muchos libros y que fue una pena que les apearan de su lección, les abatieran y les trituraran para hacer celulosa. Treinta mil libros distintos se editan la día en este planeta. Casi todos sobran y el tiempo los devorará, pero el bosque del que salieron ya nunca volveremos a leerle, salvo este último capítulo suyo en el que el protagonista muere de una ignominia aguda. Al leonés, a la paisanada cazurra, no le gusta el arbolón en su enormidad y lo apea. O le gusta demasiado cuando ve allí euros de nogal y lo apea también. Son huérfanos estos arbolones y sólo sobrevivieron los que fueron mito concejil de plaza o son miedo que sombrea un camposanto o porque están muy lejos de la codicia o el estorbo. Hace ya unos años, Papus pesquisó por estas tierras y editó una inicial guía de árboles singulares leoneses. Ciento y pico ejemplares desfilaron allí con su porte y majestad, pero ninguna ley ni sentido garantizaban su pervivencia. Ahora, más tarde que pronto, la Junta ha editado un católogo de ejemplares señeros de la comunidad, monumentos vegetales que son. Faltan muchos, pero algo es algo. Y para lo que falta siempre habrá algún samaritano que desuelle zapatilla por andurriales redimiendo a perdidos y olvidados, que es lo que ha hecho el villafranquino Santiago Castelao catalogando en un libro que es alarde editorial los arbolones más apabullantes del Bierzo. La obra es primor, santuario donde se reunen en concilio estos venerables centenarios, alcornoques zufreiros, tejos gigantes, arces pradairos, roblones, nogales, castaños con cuerpo de abracadabra... Ante el libro me arrodillo y a la imagen de sus arbolones me abrazo y froto.

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