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Publicado por
JOSÉ ROMÁN FLECHA ANDRÉS
León

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ANTE la elección de un nuevo Papa, unos se sienten confortados en su fe y otros se sienten desalentados. Siempre ha pasado y siempre pasará. Cada uno se imagina el perfil del Papa según su peculiar forma de entender la fe. No es extraño que eso y más suce da entre los que se declaran no creyentes. Para ellos, la misión del Papa coincide con la realización de algunos de sus proyectos individuales, sociales o partidistas. En otros tiempos, esperaban que el Papa frenara a los musulmanes. En éste, habría de exigir que se les abran las puertas. En otros tiempos tendría que curar la lepra y en éstos tendría que frenar el Sida, pero sin prohibir el sexo indiscriminado. Son muchos los que piensan, aunque no lo digan, que el Papa ha de ayudar a los pobres, pero sin molestar a los ricos. Ha de curar los males que nos aquejan, pero sin exigirnos que cambiemos el comportamiento que origina esos males. El fin y los medios Ante esas incongruencias nuestras, cabe preguntarnos si sabemos adónde vamos, a dónde queremos ir y adónde no deberíamos ir por nada del mundo. Todo esto viene a cuento del evangelio de este domingo quinto de Pascua. (Jn 14,1-12). En él se incluye una frase que el apóstol Tomás dirige a Jesús, cuándo éste se despide de sus discípulos en el marco de la última cena: «Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino?» Es inevitable preguntarnos si la inquietud de Tomás no será también la nuestra. En nuestros días son muchos los que no saben hacia dónde va el Señor y adónde nos lleva el seguimiento que le hemos prometido. No sabemos la meta de la fe, así que mal podremos conocer el camino que a ella nos habría de llevar. Estando así las cosas, no es extraño que, también al mirar a la Iglesia, confundamos la meta y el camino, los fines y los medios, su misión y nuestras aspiraciones. Nos falta valentía para preguntar al Único que puede responder a nuestras inquietudes. La revelación Ante la pregunta de Tomás, Jesús responde: «Yo soy el camino, la verdad y la vida». En esa afirmación se nos ha entregado una de las revelaciones más sorprendentes de todo el Evangelio. - «Yo soy el camino». Cuando nos alejamos de él perdemos el rumbo y la orientación. Él orienta nuestra existencia en la rectitud y a la búsqueda del sentido. Él alimenta nuestra fe. - «Yo soy la verdad». Sin él nuestras certezas palidecen y se quedan en el terreno de las opiniones. Él es el Maestro y la lección. Él es quien nos afianza en la certeza de la esperanza. - «Yo soy la vida». Al ignorarlo, damos la impresión de llevar una existencia mortecina y sin sentido. El nos ha enseñado a vivir desviviéndonos por los demás. Él enciende en nosotros el amor. -Señor Jesús, tú sabes que a veces nos sentimos desorientados. Te damos gracias por la luz que nos entregas para seguirte por el camino y anunciar tu verdad con el testimonio de nuestra vida, que es la tuya. Amén.