Diario de León

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SI AHORA las homilías van a ser en latín, que no estaría mal porque en lengua vernácula hay curas a los que no se les entiende nada, tampoco se priva aquí este lobo: Quosque tandem, Catilina, abutere patientia nosta? quam diu etiam furor iste tuus nos eludet? quam ad finen sese effrenata... No has entendido ni torta de esta jerga que sólo te sonará a rock gótico, ¿a que no?, ni torta, ni papa. Sin embargo, es la lengua madre que te parió, la cuna de tus palabras. Entenderás mejor este otro latinajo: «Mens sana in córpore insepulto»... Lo soltó así hace años un presidente de la Junta al inaugurar un polideportivo en Ciudad Rodrigo y Lázaro Carreter le metió un dardo a la frase clavándola en uno de sus libros, o sea, la crucificó sobre papel perpetuo... y córpore insepulto quedó. Me gustaría seguir el artículo en la lengua de Séneca, pero si mi latín ya fue torpe en su día, ahora no se tiene ni en muletas, cosa que lamento. Latinear con soltura lo hace magistalmente una eminencia del estudio como Ratzinger, su santidad (por cierto, si un Papa es en vida su santidad, ¿por qué hay que canonizarle después?; y los que no se canonizaron, ¿es que su santidad fue mentira?). Si Ratzinger habla de maravilla cinco lenguas, imagínate el latín, que es la lengua de casa y en la que están escritos los veinte tomazos de la Summa Theologica que el nuevo Papa se habrá leído cuatro o cuarenta veces, a saber, que es capaz el teutón, que sí, se le nota y lo acredita con un curriculum apabullante y una pila de libros sobre la que se alza entre tanto cardenal lego para divisar mejor que nadie el horizonte (que hay a la espalda). Temible ese saber. Temible esa mirada. De la gente que sabe latín uno debe fiarse. O no, que también sabemos al decir «ese sabe latín» que estamos ante un licenciado en trampas o astucias, o sea, vade retro. Se debería estudiar más latín. En el lío de lenguas en el que naufragamos, o elegimos el latín como idioma neutral o esto acabará en un euskogatuperio de áivalaostia. Me lo pasé bien con el latín y disfruté en lo que le cabe a un bachiller; se aprende un güevo de mil cosas más, de árboles, de dioses, de sueños, de nombres... o del «ius gentium», del derecho de gentes con el que un teólogo español se adelantó a los tiempos para que cuatro siglos después sigan sin hacerle caso.

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